UNA MADRE PARA LA RESISTENCIA URBANA

Nueve años atras se publico en España un libro con las memorias de una Comandante Guerrillera del FSLN. Su lanzamiento fue un secreto en Nicaragua, y el libro dificil de conseguir para quienes sabían de su existencia. La protagonista del libro es Leticia Herrera, ella fue  hasta 1978 esposa  del actual presidente de Nicaragua y madre de su hijo mayor. En 2015 el libro dejó de ser secreto. Sylvia Torres, periodista nicaraguense escribio la siguiente reseña desde ese país.
 
Por Sylvia R. Torres, desde Nicaragua
Hay memorias insulsas y la hay fascinantes: unas inspiran, otras repelan y algunas causan problemas. Las memorias de Leticia Herrera (Editorial Icaria 2013) que circuló clandestinamente en Nicaragua, fascina, te mueve a la reflexión, te lleva en  «viaje al futuro», pero no te deja quieta y es difícil de soltar una vez que empezas a leerla. Fue a principios de 2015  que me enteré de su existencia a través de las redes sociales. Me acerqué a su contenido cuando un periódico local publicó un reportaje sesgado, destacando solamente aspectos que desfavorecían a personajes poderosos del régimen que gobierna el país. 
 
Antes, el rumor sobre el libro circuló con el halo de «un fantasma recorre Nicaragua: las memorias de Leticia Herrera», Y empezó la búsqueda del libro titulado Guerrillera, mujer y comandante de la Revolución Popular Sandinista / Memorias de Leticia Herrera, de Alberto González, Maria Antònia Sabater Montserrat y Maria Pau Trayner Vilanova. Aún hoy nadie lo distribuye en Nicaragua. Entonces apenas accedimos, por internet, al capítulo introductorio. En Nicaragua, más tardó el reportaje en salir, que el Gobierno en despedir a la protagonista, entonces directora de una oficina del poder judicial. Demasiado. Yo me agencié mi ejemplar en Amazon.
 
Leer memorias personales podría fácilmente constituir una expresión de voyerismo, o algo menos glamoroso, de conocer chismes de otra manera vedados. Pero la industria de las memorias personales es boyante, cada año se publican decenas de las mismas y siempre hay lectoras, yo incluida, maravillándose de la verdadera vida de quienes las protagonizan. 
 
Sin embargo, el intento por silenciar su voz terminó. Ahora el libro circula clonado, fotocopiado, contado, para  abonar a la reflexión histórica sobre cómo se gestó la transmutación de una causa justa por la que entregaron su vida miles de personas, justamente en lo que combatía. La obra constituye también un estudio arqueológico de cómo organizar movimientos sociales cuando la sociedad parece resignada al autoritarismo, y éste es inamovible como el Peñón de Gibraltar.
 
Olvidamos para sobrevivir y leemos para reconstruirnos o renacer, dijeron Héctor Abad y Juan Gabriel Vásquez. En la teoría de historia oral se mantiene que al narrar las personas construyen ontologías del ser, o sea teorías personales de porqué paso lo que pasó, lo cual permite a quien protagoniza, hacer sentido de su historia. ¿De qué historia nos teoriza Guerrillera, mujer y comandante?
 
El libro se puede leer como un manual de guerrilla en los tiempos casi jurásicos. El testimonio de Myriam, la Negra, la Gitana, las muchas identidades adoptadas por la guerrillera, enseña cómo ella zapateó barrios polvosos y no menos de 10  pueblos desconocidos para cosechar colaboradores, casas de seguridad y redes clandestinas de apoyo para la guerrilla.  Conocimiento que,  con la debida traducción a la era cibernética, sería de utilidad para armar el movimiento social que nos lleve a ser  la república.
 
No dejar la vida en ello
 
El testimonio muestra el costo personal de integrarse a la guerra siendo mujer. Al menos en los 60 y 70. Deja ver las  cotidianas y miserables luchas de poder, la inhumanidad de las estructuras militares en las que se escudaron acosadores sexuales y vividores. El pobre concepto que los supuestos «hombres nuevos» tenían de las «mujeres nuevas», y el traslado del modelo subsirviente  de la hacienda y la religión a la guerrilla. Curas y cacique, sustituidos por algunos varones y jefes guerrilleros, con admirables excepciones. Pero queda la sensación de auto negación, la desigualdad de género, la entrega total. Triste, como un bolero de Javier Solís.
 
Pero el libro también narra asuntos hermosos como la hermandad de las armas, que sobrevive el tiempo y las fallas personales, la responsabilidad, solidaridad y respeto por la vida de otras personas, otra vez, con las excepciones de los malandrines expuestos en la historia. Una vida como de santos, exactamente como se la imaginaba el poeta Leonel Rugama, y cuya ideología la recoge el testimonio de El Viejo Martín, contado a Mario Rizo. Con honradez, con fe en un futuro mejor, con compromiso, y en el caso de Leticia, con tesón, con amor por la misión bien cumplida.
 
Sin homogeneidad
 
Un recorrido por las memorias escritas por hombres sobre la lucha sandinista, los protagonistas van cronológicamente creándose  héroes, construyéndose un pedestal. Hasta hay uno, que es todo sajurín, ya sabía todo lo que iba a pasar hasta el final, si acaso  apenas no vislumbró los negocios del Alba. 
 
Las remembranzas contadas por Leticia Herrera pueden leerse como un Bildungsroman,  novela de aprendizaje o educación, en este caso negativo. La historia no termina con una estatua para la heroína, al estilo de La Montaña no es más que una estepa verde o El Zorro. Al final, las memorias de Leticia nos enseñan a las mujeres lo que no debemos hacer: auto negarnos, sacrificarnos, entregar el alma, así sea para traer el cielo a la tierra. Al fin y al cabo, uno de mis mejores amigos siempre recuerda, citando a Ernesto Cardenal, que la gloria, no es como la escriben los libros de historia, sino una zopilotera con un gran hedor.
 
No se puede homogenizar la experiencia de todas las mujeres dentro del FSLN, ni cómo vivieron el poder y la violencia. Leticia pertenece a la generación de cinco mujeres pioneras. Y muy parecidas entre sí, fuertes, adustas. Como santas. 
 
La generación que entró a la guerrilla después del 73 en los 70 era numerosa y ya tenía vagas nociones sobre los derechos de las mujeres, por eso plantó resistencia. La mayoría no se vivió como víctima de los acosadores sino que, apropiadas de su sexualidad, la usaron. Para decir no quiero,  o conquistar, para realizarse sexualmente fuera de los esquemas moralistas burgueses, diría Alejandra Kollontai, en su obra Los jóvenes  y la nueva moral sexual. 
 
Los retratos de las personas, igual que las memorias, tienen la desventaja de representar facetas que luego parecen estatuas, y terminan cosificando, quitando la vida, la historia, las contradicciones personales. Esto vuelve planas las representaciones. Probablemente sea esa la causa que del  libro de Leticia no se observa gozo o trasgresión personal. Tan seria como semáforo, diría Carola Brantome.
 
La vida clandestina se vivió la vida en un hilo pero  de manera vital.  
Entre los guerrilleros de los 70, por lo que conozco, hubo algunos que se escaparon al cine a ver Saturday Night Fever, otro que pidieron, un pasquín de Condorito, música de Cuco Sánchez, otras que se escaparon para ver a las parejas, otros que jugaban bromas como ordenarle a un subordinado que se pusiera dientes de oro para mimetizarse con el campesinado, y claro, recibió como respuesta un recuerdo a su progenitora. 
 
Pero la representación de Leticia es un daguerrotipo de donde la alegría huyó. Y ya lo dijo Emma Goldman, feminista malbozaleada (1869-1940), para qué hacer una revolución si no se puede bailar.
 
Honrar la vida
 
El libro escrito a partir de entrevistas de un equipo español, registra  hechos creíbles y fácilmente comprobables: Leticia siempre se mantuvo en Nicaragua en la «runga». Estuvo a cargo de la organización de la población y de acciones militares, salvo tiempos de entrenamiento en Palestina y misiones de corto tiempo en el exterior. Ella organizaba el tejido conspirativo para terminar entregando  el mando a un hombre que desconocía la gente, las rutas, oportunidades y esto costó la vida de algunos. Lo clásico, las mujeres  haciendo el trabajo sin nunca ser reconocidas, nombrada jefas, como ella dice.
 
Como la redención no viene desde afuera, si al menos las mujeres aplicáramos a la vida de Leticia Herrera, los mismos parámetros que el poder ha aplicado a otros personajes de la lucha guerrillera nicaragüense,  el primer calificativo que salta a mi mente y va acorde con la época es el título de Madre de la Resistencia Urbana Sandinista, haciendo compañía al solitario Padre Resistencia Urbana comandante Julio Buitrago,
 
Es más, también «apóstol» de la unidad del sandinismo, como ella misma reivindica, al momento de la división del Frente en 1975, Leticia se dedicó junto con Camilo Ortega a buscar como restablecer comunicación con la gente de la montaña. Tanto ella como una también se pregunta, por qué no se le reconoce ese mérito. 
 
Al  final, me dice mi amiga Cecilia Medal: “Leticia, nos deja mucho que pensar cuando dice 'Y entonces, ¿Cuál es la conclusión a todo esto?, De que realmente tenía que ser otra mujer la que pudiera complementarse conmigo, para yo poder cumplir con lo que las circunstancias en ese momento demandaban, porque con los hombres no se puede contar y nunca conté con los hombres'».