
Por Sonia Santoro
Tuve la suerte de conocer a Alice Munro –a su escritura- antes de que la premiaran (no me pasó lo mismo con Doris Lessing, a la que adoro también). Alguien la recomendó hace unos años en un suplemento dominical de cultura y desde entonces caí en la trampa de sus historias de gente sencilla, que pasa por cosas horrorosas y sobrevive, y no hace de su sufrimiento la gran cosa; que está movida por pasiones que la desbordan; que son tenacez hasta el final. Gente cincelada por Alice con destreza sutil y certera, considerando las múltiples, movedisas, variables cualidades que nos hacen humanas (sí, la mayoría de sus protagonistas son mujeres).
Es curioso porque ella no se considera una mujer “normal”. No supo que hacer cuando intentó retirarse, porque no tenía la más remota idea de cómo levantarse a la mañana y hacer lo que una mujer de su edad se supone que hace: ver amigas, nietos, acompañar a su marido, si es que hay uno, cocinar, cuidar las plantas, quejarse de sus achaques.
No, ella no pudo con eso. Por suerte para todos, el país de Alice sigue poblándose de historias.
Gracias Alice.