LA MUJER SIN VELO

Como occidental no sabía qué postura tomar ante la polémica del velo entre las musulmanas, pero entonces descubrí a Wassyla Tamzali y supe que esa prenda del vestir iba contra los derechos de las mujeres.
 
 
Por Sandra Moreno, desde Bilbao, España
 Wassyla Tamzali, feminista argelina, apareció en mi horizonte hace poco. Era oyente en un congreso y su ponencia giraba alrededor de los desafíos del mundo global para la igualdad de mujeres y hombres. Ella controlaba los hilos que movían las decisiones en los gobiernos, instituciones, ongs; además de cabalgar con soltura por el colonialismo, marxismo, capitalismo, nacionalismo, fundamentalismos, islam, catolicismo, democracia, derechos humanos… “Esta mujer sí sabe”, pensé.
El siguiente paso fue buscar su literatura. Entre lo publicado destacan Burqa y Carta de una mujer indignada. Conseguí esta última obra.  Se la dedica a su abuela N´Fissa, musulmana practicante, velada de blanco y de ternura. Son 158 páginas cargadas de su experiencia personal y sabiduría que descubrieron ante mí la injusticia que existe cuando una mujer se cubre su cabeza, su cuerpo. Entonces empecé a entender el entramado patriarcal-religioso, en manos de los hombres, que teje un poder donde las mujeres solo tienen cabida como objetos que deben responder en todo momento a lo que ordenan los varones.
Viviendo esta realidad, Wassyla decidió “a partir del árbol del origen, convertirse en piragua y navegar”. Ella es feminista laica, musulmana y librepensadora. Es consciente que ante los otros y otras su identidad ha sido definida de antemano, empaquetada por la religión. “Soy un palimpsesto en el que se han borrado las imágenes de las mujeres con la melena al viento para sustituirlas por otras de mujeres que llevan la melena cubierta con un velo”, sostiene. 
Le queda entonces la rebeldía para sobrevivir, para luchar. Optó por no pertenecer a ningún clan existente y por construir el suyo propio: “soy del clan de esas mujeres y de esos hombres enamorados de la libertad que, aun perteneciendo a un país y a una historia determinados, no dudan en  iniciar una lucha contra la cultura, las tradiciones y las costumbres políticas de sus sociedades cuando éstas se oponen a la libertad”.
Rechaza tajantemente el feminismo islámico, el diálogo de culturas, el multiculturalismo y la diversidad si van en contra del principio de igualdad de derechos de todos los seres humanos y de todas naciones. “Mi cultura, su cultura, la de ellos: en nombre de la diversidad, son muchas las personas que pretenden hacer justicia a las reivindicaciones culturalistas e identitarias sin siquiera preguntarse lo que significan. El derecho a su cultura y a su religión suplanta ahora a todos los demás”, escribe la pensadora.
Con estos argumentos, los y las occidentales, denuncia Wassyla, se olvidaron que el patriarcado es universal. Y ante el éxito mediático y de opinión pública que ha tenido el discurso sobre la capacidad de optar de las muchachas que utilizan el velo, la argelina nos recuerda que detrás del “velo” se encuentra una práctica de segregación sexista, sustentada por la amalgama religión/patriarcado. Por tanto, el feminismo debe rechazarlo.  
“Ellas aquí y nosotras allá compartíamos la misma idea sobre la construcción de la relación entre los sexos y sobre la exigencia de libertad y de igualdad de derechos de las mujeres. Este noviazgo iba a quedar cuestionado por el repliegue identitario y el regreso del factor religioso,” explica Wassyla, quien no comprende cómo a una mujer, por muy lejos que esté, ya sea que viva en Argentina o España, “¿no le van a importar las prácticas que les imponen a sus semejantes?”.
Mujeres cubiertas con velo, prostitutas, maltratadas, acosadas, repudiadas, concubinas, “lo que está en juego no son sólo personas individuales y vidas singulares, sino la moral que organiza la relación entre los sexos y que nos atañe a todas. Y a todos”.
Las palabras de Wassyla me interpelen. Llaman a la acción, a ser consciente, a ver con otros ojos las imágenes que nos llegan a diario de las mujeres con velo en los diferentes escenarios internacionales. Ahí resuenan los ecos de Olympe de Gouges y su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana que en 1791 comienza diciendo: “Hombre: ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta”. Y en cuyo Epílogo sin duda abra su mente reflexionando sobre su propia experiencia: “Mujer, despierta, (…) ¿qué ventajas habéis obtenido de la revolución? Un desprecio más marcado, un desdén más visible (…). Cualesquiera sean los obstáculos podéis superarlos. Os basta con desearlo”.  
Y deseo es lo que le sobra a Wassyla, aunque acepta sentirse a veces muy sola en la lucha de las mujeres por su igualdad y por su libertad.