UNA MONJA FEMINISTA EN BUENOS AIRES

Es una voz fuera de lo común: primero estudió filosofía y luego se metió en el convento. Tiene una mirada crítica del Vaticano y reivindica el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo. Sin embargo, sigue dentro de la Iglesia.
Parada desde un estrado, con una pared inmensa de fondo cubierta de fotos de desaparecidos y desaparecidas durante la última dictadura militar,  en el Salón Auditorio de la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo, una mujer de voz tenue, cabello cano y anteojos dice: “Los Evangelios inspiran, dan dirección a algunas opciones como compartir tu pan, tus vestidos, visitar enfermos… es una tradición ética. Lo que no nos inspira es cuando esta tradición es transformada en una mafia de dominación, en una estructura opresiva sobre las personas”.  Ivone Gebara, ese es su nombre, no sorprende a los presentes, que justamente fueron a verla porque conocen sus ideas y esa conjunción explosiva que representa al ser filósofa, monja y feminista. Pero quienes no la conocen, quedan admirados de su lucidez y hasta muchos dicen que luego de oírla vuelven a creer en la Iglesia. A ella esto siempre la pone contenta. ¿En qué Iglesia propone creer esta mujer?
Religiosa de la Congregación de Hermanas de Nuestra Señora y doctora en Filosofía y Ciencias Religiosas, esta brasileña estuvo en Buenos Aires la última semana de mayo dando charlas en distintas universidades acerca de la “teología feminista de la liberación”, “comprender el cristianismo desde el adviento político de las mujeres” y los “avances del capitalismo de mercado sobre los cuerpos femeninos”.
Esa misma tarde dijo que la Ciencia, con avances como el del genoma humano, “fortalece una idea religiosa”: “Hay científicos que hablan del ADN como un alma, que no se cambia, y fortalecen una postura conservadora y dominadora del cuerpo femenino, le sacan el derecho a decidir”. Uno tras otros, sus pensamientos ponen en jaque no solo a la jerarquía eclesial sino los diversos poderes que organizan nuestras vidas.
Por la mañana, en la casa de una amiga de Flores, Ivone hizo un poco de historia. Hija del medio de una familia sirio libanesa, vivió en San Pablo su infancia, criada en la tradición árabe que busca todavía para sus hijas mujeres un buen partido con el que casarse. La religión la fue absorbiendo desde sus cuatro años estudiando en escuela de monjas. Y cuando llegó el momento de elegir marido, contrariando a la familia, se fue a estudiar filosofía.
Ya había desobedecido una vez, al nacer mujer cuando esperaban que fuera varón. Y lo haría una tercera vez cuando de la universidad se fue directo al convento, un lugar donde a pesar de lo que suele creerse, ella encontró “libertad”.
-Había algunas monjas que participaban de movimientos contra la dictadura, ayudaban a estudiantes, ayudaron a perseguidos políticos a esconderse, eran muy comprometidas –relata-. Claro, a lo largo de los años vas teniendo también algunas presiones naturales. Cuando empecé a ser profesora de teología en Recife, creo que hasta los años 81 u 82 yo no sentía la presión de la Iglesia. Empecé a sentirla cuando Elder Camara ya no era obispo, cuando la intervención del Vaticano empezó a ser fuerte en los seminarios, en las escuelas de teología y en los profesores y profesoras.
Las profesoras nunca eran muchas y durante un tiempo Ivone fue la única profesora de teología que daba clase en Recife. Ya se iría acostumbrando con los años a que el suyo no sería un camino seguido por las masas, más bien habría momentos de soledad, como los que sienten los pioneros, los que se van abriendo paso.
Porque claro, la conjunción entre feminismo y religión implica un camino difícil y ella se atrevió a transitarlo, siempre abierta a repensar sus conocimientos: “cada pregunta me invita a pensar de nuevo”, dice. En Brasil fue la primera que se atrevió a poner sobre el tapete la reflexión sobre los derechos sexuales y reproductivos de la mujer, dentro de ellos el aborto. Pero hubo un antes.
-¿Cómo llegó al feminismo?
– Fue al final de los años 70 que yo también trabajaba por un pedido del obispo en la formación teológica de los agentes de pastoral. Eran liderazgos de la Iglesia. Uno de estos grupos era de obreros. Yo iba una vez por mes para discutir con los obreros la cuestión política, la cuestión sociológica. La mujer de un obrero no quería participar del estudio. Yo le pregunte por qué no venía y ella me decía que mi lenguaje era un lenguaje masculino, que yo hablaba de problemas de los hombres y no de los problemas de las mujeres. ¿Hablas de las dificultades de las mujeres? No. ¿Hablas de lo que hacemos nosotras para equilibrar el sueldo? No. ¿Hablas de las esposas de los obreros? No. O sea, todo lo que era en aquel momento el mundo femenino, yo aunque soy mujer, no estaba adentro. Así fue como una provocación y empecé a estar mucho más lúcida a todos los problemas sociales de las mujeres de la región.
A partir de eso empezó a visitar mujeres en distintas situaciones de explotación, como las que trabajaban en la pesca de camarones y frutos de mar o las que ejercían la prostitución. “Me fui a visitarlas antes de la hora que empezaban a recibir los clientes -cuenta. Yo tenía miedo pero al mismo tiempo era un mundo que me invitaba al conocimiento. Lo que más me impactó era que todas se arreglaban en este momento. Eran cuartitos muy pequeños y bastante feos pero la radio estaba prendida y a las seis muchas radios en aquel tiempo tenían la hora de la Ave Maria. Cuando se escuchaba una voz (“Ave Maria llena eres de gracia, el señor es contigo… Bendito el fruto de tu vientre Jesús”) todas se paraban como en oración. Entonces escuchar la Ave Maria con las mujeres en situación de prostitución me revolvía las entrañas y decía, algo hay que cambiar”.
Así fue como su vida se direccionó hacia el feminismo y ya no pudo volver. Incluso cuando llegó despertar la ira del Vaticano. En 1993, la revista Veja le pidió una entrevista que publicó con el título “El aborto no es pecado”. Eso más una foto con un gran cruz detrás suyo fue suficiente motivo para que le pidieran una retractación que ella se negó a hacer. Las jerarquías del Vaticano le exigieron un silencio de dos años y la trasladaron a Bruselas con la esperanza de acallar su rebeldía. Gebara acató la orden y aprovechó el tiempo para trabajar sobre nuevos libros que posteriormente le permitieron seguir esparciendo sus ideas nacidas del conocimiento de las mujeres pobres de su pueblo. En 1998 defendió su tesis doctoral en Ciencias Religiosos en Lovaina sobre el problema del mal femenino, que fue traducida a diferentes lenguas.
Desde entonces sigue hablando cuando las causas lo merecen. En abril de este año, la Iglesia Católica salió a criticar a un colectivo de congregaciones religiosas norteamericanas, que incluye 55 mil mujeres, por considerarlas demasiado “feministas” y apoyar la unión de homosexuales. Y nombró un obispo tradicional como interventor por cinco años para controlar todas las actividades de estas mujeres.
-Usted lo llamó una Inquisición moderna…
Claro. Esto es una aberración. Ya siglo XXI no puedes hacer esto. Entonces escribí un texto de apoyo a ellas. Ahora están en reunión para ver qué respuesta van a dar al Vaticano.
-Dijo en una entrevista que la pobreza da pie a una Iglesia patriarcal y de dependencia, ¿podría explicarlo?
-Últimamente las Iglesias Neopentecostales, las Iglesias electrónicas de la televisión y en parte la Iglesia Católica desarrollan un tipo de cristianismo un poco mágico  centrado en los milagros. En Brasil hay un padre Marcelo que ha escrito un libro que se llama El agape, con su foto, que ha sido un betseller. Vende, vende. Lo que me molesta es que por detrás de estas prácticas religiosas entre comillas, de consuelo, de conexión con la vida, hay una ideología muy conectada con el nuevo momento del capitalismo financiero, que para todo hay que pagar.
-A otro nivel es también la ligazón de las iglesias con los poderes más conservadores…
Claro. Son los poderes más conservadores que mantienen financieramente estas iglesias y la Católica también… Y esto también de los escándalos de la pedofilia. O sea que es un poder podrido que les mantiene pero la bajada es “el cuidado del pueblo, el amor de Dios, el señor que dice esto… ”. Entonces es como una nueva trampa para el pueblo.
-¿Y para las mujeres es peor?
Exactamente porque la cantidad de mujeres que están en estas iglesias es fuerte. Por un lado, está la iglesia más electrónica, de masa, que atrae muchas mujeres más bien sufrientes. Pero también hay otro lado, que hay mucha pérdida de mujeres más lúcidas, más conscientes de las trampas. Las que piensan ya no quieren quedarse en la Iglesia. En Brasil hemos hecho una encuesta y hay más mujeres que salen de la Iglesia que varones, antes no era así. Porque la Iglesia está mucho más molesta con lo de los anticonceptivos, con lo del aborto, y esto hace que las mujeres de los barrios ya no se sienten blindadas por el mensaje de la Iglesia Católica.
-¿Usted por qué se sigue quedando?
Porque yo no creo que el cristianismo se identifique a una jerarquía de la Iglesia Católica. Yo pienso que el cristianismo es más que eso. Mi cultura es latinoamericana y en ella el cristianismo tiene un papel fundamental aún con todas estas contradicciones. En todas las creencias religiosas hay cosas irracionales, hay cosas que nos violentan pero no por eso podemos borrarlas de la historia, están ahí.
Por eso hago una lectura feminista de la tradición cristiana, aunque sea afuera de la institución.
-¿Por qué cree que a pesar de los abusos y las contradicciones en la Iglesia en países como el nuestro, que ha avanzado muchísimo incluso con leyes que parecían impensables como la de matrimonio igualitario o la de identidad de género, no se aprueba la despenalización del aborto?
Una de las razones es que la Iglesia Católica tiene una teología especialmente en relación a los nacimientos muy de sacralización de la naturaleza. Una sacralización que es dirigida mucho más a las mujeres que a los varones en una parte. Pero en otra parte que se oculta, también es una sacralización del semen.
-¿Cómo es eso?
Es una hipótesis. En La Biblia hay un pecado, el del onanismo, la pérdida del semen masculino. ¿Por qué es un pecado? Porque se creía que en el semen masculino estaba todo el ser. O sea, que no se conocía el óvulo. Entonces, había una idea de que las mujeres eran puros receptáculos del semen. Por eso por ejemplo en el dogma del nacimiento virginal de Jesús, Jesús como Dios, no es hijo de María. Jesús es hijo del padre. Esto es medio mítico, pero muchos dogmas son mitos. Entonces, el semen es el origen de la vida, no nuestros óvulos. ¿Imaginas qué atrevimiento nosotras querer ser más que receptáculo? Porque si vas  a elegir tener o no tener hijos, esto te da un poder tremendo y de cierta manera esto saca del hombre el poder. Entonces, al decir “este es derecho de mi cuerpo”, ellos te dicen “no, el embrión no es solo tuyo, es del varón” y al decir del varón están diciendo también es de ellos, como hombres. Entonces si dices sí al aborto, ellos pierden el control sobre tu cuerpo.
Por eso es que hay que hacer teología distinta.
-¿Cree que en algún momento se va a despenalizar el aborto aquí?
En el momento en que el Estado se desvincule de la Iglesia Católica realmente. 
 
Foto: Juan Pablo Barrientos
Fuente: Revista El guardian