GENERO Y SALUD

El próximo viernes 14 de diciembre, a las 19 hs, en la Biblioteca Nacional, se presentará el libro «Género y salud. Las políticas en acción» (Editorial Lumen) compilado por Débora Tajer. Participarán de la mesa Mabel Burin, José Carlos Escudero, Ana María Fernández y Liliana Hendel. Se trata de una investigación desde la perspectiva de género sobre la atención a mujeres en el ámbito de la salud pública en la ciudad de Buenos Aires. Aquí ofrecemos un adelanto. 


Introducción
Débora Tajer*
 
«(…) El libro se divide en tres partes. Una primera en la cual se presenta un marco general de cómo introducir la perspectiva de género en las políticas públicas de salud –de las cuales los modelos de atención forman parte–, que es de mi autoría. La segunda parte presenta los resultados de la investigación “Ruta crítica de la salud de las mujeres: integralidad y equidad de género en las prácticas de salud de las mujeres en la Ciudad de Buenos Aires”, cuya autoría corresponde al equipo de investigación que llevó a cabo esa tarea . Y la tercera, aportes de los proyectos personales presentados en el marco de la Red de Tesistas, de diversas investigadoras que participan en el equipo, algunas de las cuales realizan en este volumen su primera publicación.
Ahondando en los aportes que encontraremos, podemos adelantar que en la primera parte, en el capítulo denominado “Construyendo una agenda de género en las políticas públicas en Salud”, se propone, en primera instancia, identificar los modos en los cuales la diferencia entre los géneros se transforma en inequidad en salud (la distribución de los riesgos y necesidades en salud, mecanismos y modelos de atención, tipo de cobertura y financiamiento, los costes de género de los cuidados de salud, los actuales tipos de familia y la relación con el sistema sanitario y la gestión y toma de decisiones). Y en segunda instancia, colaborar en la construcción del día a día de políticas públicas en salud orientadas hacia la equidad y la autonomía de los/las usuarios/as, con el objeto de generar mayores grados de equidad de género en las respuestas a las necesidades de salud.
Allí se responde a preguntas centrales que se plantean en la actualidad: ¿Qué significa adoptar una mirada de género en salud? ¿A qué se debe su actual auge y visibilidad? ¿La perspectiva de género es solo aplicable a la salud de las mujeres? ¿Se puede utilizar esta perspectiva para los problemas de salud de los varones? Concluyendo acerca de los altos costos que implica homologar género a mujeres y la necesidad de promover el avance en la incorporación de los varones como colectivo para pensar sus problemas específicos en el proceso salud-enfermedad-atención, para de esta forma abordar la equidad desde una perspectiva de la justicia. 
La decisión de incluir este capítulo abriendo el libro, cuya primera versión escrita data del 2004, fue hecha al constatar que el mismo se había constituido espontáneamente en base de referencia conceptual y bibliográfica de todos los otros capítulos. Esta constatación motivó su  inclusión, revisión y actualización para este libro, para que los/las lectores/as puedan acceder por si mismos/as de primera mano a conceptos y referencias que se dan por sentadas en el resto del libro. 
En la segunda parte, se presenta los resultados y desarrollos de la investigación. En el Capítulo 2, “¿Cómo se atiende la salud de las mujeres en la Ciudad de Buenos Aires?” se presentan los aportes de la investigación “Ruta crítica…”, desarrollada entre los años 2006 y 2009. La misma incorpora la perspectiva de género como una importante recomendación de la comunidad internacional, señalando que se consideran buenas prácticas en salud a aquellas que tienden a lograr la equidad de género, considerándola como una necesidad humana que promueve procesos de autonomía y autodeterminación, generando democracia y participación de ambos géneros en lo que se refiere al proceso salud-enfermedad-atención. Define a la autonomía como el derecho de un sujeto a decidir según sus convicciones entre distintas opciones que se presenten y que, para poder decidir, es necesario que el Estado garantice esas opciones. Equidad en salud significa cubrir las necesidades de varones y mujeres, sin reproducir las estereotipias de género que impiden visibilizar las necesidades reales de los sujetos. 
Una de las hipótesis de la investigación fue que probablemente existan dificultades en la implementación de prácticas de salud hacia las mujeres que incluyan una perspectiva de integralidad y equidad de género por grupo etario. Una de las cuales , en lo que refiere al logro de mayores grados de integralidad, es la brecha existente entre los objetivos de los programas que intentan promoverla y las prácticas concretas que llevan adelante. 
En este punto, se propuso evidenciar y visibilizar los “caminos espontáneos”  que realizan las usuarias, que incluyen la construcción de redes sociales para satisfacer y encontrar respuesta a sus necesidades en salud afrontando el vacío institucional. Por último, se planteó que la institucionalización de los caminos espontáneos, pueden ser un sendero que conduzca hacia el aumento de mayores grados de integralidad y equidad de género por grupo etario en las prácticas de salud hacia las mujeres.
El Capítulo 3, “¿Cómo medir la integralidad y la equidad de género? Una propuesta posible”, presenta una escala cualitativa construida en el marco de la investigación, para medir los grados de integralidad y equidad de género alcanzados en las prácticas concretas. La información relevada fue sistematizada mediante un análisis de los discursos y las prácticas tanto del personal de salud (incluyendo administrativos/as) como de las usuarias del sistema. Se ha decido la publicación de este modelo de evaluación en la convicción que puede ser de utilidad para medir otros programas y problemas de salud, mas allá del que inspiró su diseño. Su utilización permitió evidenciar los modos reales de abordaje de la salud de las mujeres en los diferentes programas estudiados que las tienen como usuarias, haciendo especial hincapié en la diferenciación entre “atender mujeres” e “incluir perspectiva de género en los modelos de atención”. 
En el Capítulo 4, “¿Cómo son los servicios en términos de equidad de género e integralidad?”, se presentan los resultados. Allí se identificaron las brechas entre las teorías y las prácticas, evidenciando los modos reales de abordaje de la salud de las mujeres en los diferentes programas que las tienen como usuarias privilegiadas. Como información colateral, se identificó la escasa presencia de usuarios varones en los programas de promoción y del primer nivel de atención realizados para público en general, lo cual generó una reformulación del proyecto en una segunda etapa, información que se presenta al final del capítulo. Asimismo, se puso en evidencia la construcción de “caminos espontáneos” por parte de las usuarias de los servicios en la búsqueda por satisfacer sus necesidades de salud, mas allá de las dificultades de articulación institucional entre los diversos efectores. 
En la tercera parte, se presentan las producciones individuales de diversas investigadoras del proyecto. Se ha escogido presentarlas en este libro dado que el acompañamiento en la elaboración de estas producciones ha sido uno de los objetivos que se ha propuesto el proyecto “Ruta crítica…”. Esto ha sido posible en el marco de la constitución de una Red de Tesistas y Diplomandos/as en Género, Salud y Subjetividad. Dicho armado contó con presentaciones de los avances de los proyectos de tesis y tesinas que las investigadoras del proyecto están desarrollando en los diversos marcos de su formación de posgraduación, que en su mayoría se encuentran bajo mi dirección. 
En el Capítulo 5, “Las Organizaciones Generizadas . La perspectiva de género en acción en el mundo de las organizaciones”, Mariana Gaba plantea la existencia de una ceguera de género que afecta en diferentes grados al campo de la formación en organizaciones. Para visibilizarla habrá que entender que hay aspectos específicos del mismo que están inherentemente generizados (estructura, cultura de las organizaciones, procedimiento y política). Se destaca que no existe actualmente un cuerpo fuertemente consolidado de teoría organizacional con perspectiva de género, sino una serie de intentos de sistematizar esta problemática. Dentro del paradigma moderno, plantear las relaciones de género como fenómeno relacional es difícil cuando solo lo masculino está presente. La hegemonía masculina dentro del campo organizacional queda de manifiesto en la reseña histórica que se resume en el capítulo; al mismo tiempo, se da cuenta de distintas formas de inclusión de la perspectiva de género −por ejemplo el movimiento “Mujeres en management”, donde la variable “mujer” es agregada como categoría de análisis de determinadas situaciones−, y una segunda perspectiva que revaloriza lo femenino y habla de su contribución al funcionamiento actual de las organizaciones, desafiando la lógica falocéntrica.
El objetivo es introducir la perspectiva de género en el campo de las problemáticas organizacionales, mostrando que no solo se trata de hablar de mujeres y/o varones, o de describir situaciones por las cuales atraviesan varones y mujeres, sino saber y reconocer que las organizaciones están generizadas en su estructura, sus procesos y sus actividades.  
El Capítulo 6, “‘Ninguna y todas quieren ser madres hoy’. Nuevas prácticas, nuevas representaciones de la maternidad”, elaborado por Graciela Reid, da cuenta de los modos en los cuales las mujeres actuales realizan sus prácticas de maternidad. Trabaja sobre cómo los cambios sociales y culturales de la llamada posmodernidad atraviesan el deseo de hijo y cómo este entra en contradicción con otros anhelos. Hace especial hincapié en cómo arman sus deseos de maternidad las mujeres, en un momento en el cual el paradigma “mujer = madre” ha perdido su fuerza rectora como único modelo posible de femineidad “normal” en la adultez. Asimismo, desarrolla cómo las nuevas tecnologías reproductivas plantean nuevos desafíos, entre los cuales aparecen mayores grados de libertad con respecto a las tiranías del reloj biológico, pero a la vez, como todo cambio tecnológico, plantean a los sujetos nuevos desafíos y complejidades. 
El Capítulo 7, elaborado por Clara Attardo y denominado “Psicólogos/as por el cambio. ¿Por qué es pertinente incluir la perspectiva de género cuando trabajamos en promoción de la salud?”, hace foco en cómo los estudios de género pueden ser una herramienta teórico-práctica adecuada y eficaz para llevar adelante intervenciones de promoción de la salud en el campo de la salud comunitaria, campo que se rescata y jerarquiza durante el desarrollo de todo el capítulo. Dado que los estudios de género se interesan en promover cambios en las relaciones de poder entre varones y mujeres, el trabajo propone identificar los aportes que pueden brindar a la promoción de la salud, fundamentalmente en lo que se refiere a no reproducir inequidades entre los géneros en las prácticas concretas. En la Carta de Ottawa, piedra fundacional del enfoque de la Promoción de la Salud, la misma se define “no como un objetivo, sino como la fuente de la riqueza de la vida cotidiana”, por lo que, trascendiendo la idea de formas de vida sanas, “la promoción de la salud no concierne exclusivamente al sector sanitario”. El capítulo trata de delinear la especificidad del trabajo de los/las psicólogos/as en ese campo, destacando su rol como reconocedores/as y “rescatistas” de aquellas creencias, mitos, imaginarios sociales, etc., que construyen las subjetividades a fin de visibilizar y transformar los malestares y las formas opresivas de existencia que impactan en la salud de las personas.
El Capítulo 8, elaborado por Mariana Fontenla, aborda la temática de “La salud de la mujer como un derecho humano. Su protección jurídica y sus sentidos colectivos”. Allí aborda la distancia que se establece entre las normas jurídicas que protegen el derecho a la salud de las mujeres y las representaciones que efectores/as y usuarias de servicios públicos de salud de la Ciudad de Buenos Aires producen sobre el derecho ciudadano. Refiere que la ciudadanía dista de ser una característica natural de los seres humanos, sino que en realidad es una construcción socio-histórica que encierra múltiples significaciones y se encuentra en permanente proceso de cambio y transformación. Señala que al incorporar las feministas la perspectiva de género en el campo de los derechos humanos, se pudo observar que “tras los sistemas normativos modernos existe una política que permite sostener que el parámetro de lo humano es el varón”, y que el resultado de esto ha sido la expulsión de las mujeres y la invisibilización de las necesidades específicas de esta población. Tales esclarecimientos conducen a que se manifieste la necesidad de crear herramientas jurídicas de protección más eficaces para las mujeres para garantizar la efectivación  y exigibilidad de los derechos consagrados.
En el Capítulo 9, Adriana Zamar trabaja el tema “Mujeres y participación comunitaria. Reflexiones en torno a experiencias en la Dirección General de la Mujer”. Destaca en su trabajo cómo frecuentemente, en dispositivos clínicos y comunitarios tanto dentro como fuera de la DGMUJ, quienes participan se encuentran pensando y actuando contradictoriamente con respecto a las teorías a las cuales adhieren. Dado que teorías y prácticas no siempre son sencillas de articular, y en base a esto queda evidenciado lo difícil que puede llegar a ser el logro de acciones desde el Estado que tengan como efecto transformaciones genuinas en torno a la autonomía de las mujeres, plantea importantes preguntas: ¿Cuál es exactamente el lugar adjudicado a las mujeres en las políticas públicas? ¿Y en las políticas públicas con perspectiva de género? Y responde que, según su criterio, lo que ha permanecido a lo largo de los años fue el interés por trabajar para el empoderamiento de las mujeres, incentivando la participación en los dispositivos que se ofrecen.
Llama a la reflexión acerca de la diferencia entre ver que las mujeres participan cotidianamente en temas ligados a la salud de su familia y la comunidad, e identificar desde qué lugar lo hacen, en qué condiciones y con qué margen de decisión, dado que incorporar la perspectiva de género en el campo de la participación implica necesariamente una nueva mirada acerca de las diferencias y especificidades en salud de mujeres y varones desde un paradigma de ciudadanía y de derechos humanos. 
Hace especial hincapié en la reproducción, al interior del mecanismo de diseño e implementación de los programas, de los estereotipos genéricos que crean y recrean condiciones de opresión. Señalando que muchas veces el papel asignado a las mujeres en el sector salud no hace más que reforzar el lugar de las mujeres como cuidadoras y sostenedoras de los miembros de su familia y mediadoras entre los enfermos de la institución, sin tomar en cuenta la sobrecarga de las mismas. Sobre este último punto, destaca que habrá que poder bregar contra la cristalización de viejos valores bajo aparentes nuevas formas de hacer políticas públicas, desenmascarando la aseveración acerca de que las mujeres son más honestas que los varones, al señalar que en realidad “tienen un grado de ciudadanización desigual que las hace más dóciles, mejores administradoras de fondos escasos y más fácilmente captables por planes discrecionales” . 
Por último, Alejandra Lo Russo en el Capítulo 10 denominado “Género en producción. Notas acerca del problema de la violencia y la subjetividad en la infancia”, se propone describir la magnitud y plantear la relevancia que posee la problemática de la violencia en la infancia ejercida por los propios niños y niñas. Explora aspectos del proceso de subjetivación de género en niños y niñas y dimensiona las prácticas en términos cuantitativos y vectores subjetivos de las mismas en tramos iniciales del género “en producción”. Evidencia cómo los problemas de violencia ejercida por niños, en su mayoría varones y con conflicto escolar, se constituyen en demanda frecuente de orientación y tratamiento. Los niños y niñas de esta población hospitalaria se caracterizan por pertenecer a familias sumamente vulnerables, de escasos recursos económicos y fragilidad social. En su mayoría están escolarizados, es decir que a pesar de la precariedad en que viven, forman parte del colectivo de niños/as que aún están vinculados a las diversas instituciones modernas que han producido a la infancia en tanto tal y que son responsables de su protección. 
La autora coloca el tema de la violencia y su relación con la subjetividad como un problema social que atañe al campo de la salud y a sus instituciones. Parte de la complejidad que presenta su resolución radica en que extiende sus raíces de diversa manera en las subjetividades genéricas, es decir de varones y mujeres, y de estos en producción: los niños y niñas. 
Esta problemática puede ser abordada desde distintas disciplinas: desde el psicoanálisis, como fallas producidas en algún momento de la estructuración subjetiva; desde la dimensión social, como efecto de un imaginario instituido que asoma en los discursos de los medios de comunicación, médicos y profesionales en general; desde la epidemiología, como un flagelo en aumento. Todos los diversos marcos de referencia coinciden en plantear la relevancia del problema y afirmar que los niños varones están mayoritariamente implicados en el despliegue de estas prácticas. Lejos de la naturalización y el etiquetamiento, este artículo problematiza esta realidad desde múltiples aristas desde las cuales se puede intervenir y prevenir.
 
En conclusión, podemos señalar que este libro será de mucha utilidad para quienes en los diversos niveles de la incorporación de la perspectiva de género en las políticas de salud, estén comprometidos/as en llevar las teorías a las prácticas. Para ellos y ellas, esta dedicada esta “hoja de ruta”.  
 
*Dra. Débora Tajer
Profesora Adjunta Cátedra “Introducción a los Estudios de Género”
Directora del proyecto  UBACyT P809 2006-09 “Ruta Crítica de la Salud de las Mujeres. Integralidad y equidad de Género en las prácticas de Salud de las Mujeres en la Ciudad de Buenos Aires”.