«EN LOS PROFESIONALES HAY MUCHO TEMOR A COMPROMETERSE»

 

 
La investigadora estudió las trayectorias de mujeres que efectuaron consultas y denuncias en el Hospital Alvarez, de la Ciudad de Buenos Aires. El seguimiento abarcó en promedio unos diez años y muestra que los médicos tienen escasa capacidad para la detección de violencias, a la vez que, frente a los casos, actúan “psicologizando” o “medicalizando” el padecimiento.
 
Por Sonia Santoro
Foto: Pablo Piovano
Saltar la rayuela buscando el cielo, la salvación. La metáfora remite al camino de las mujeres que padecen violencia intrafamiliar. Una ruta muchas veces trágica que nunca es lineal, más bien está compuesta de avances, momentos de equilibrio, retrocesos y vuelta a saltar. “A los saltos buscando el cielo”: Claudia Teodori eligió titular con esa imagen su tesis de maestría en la que investigó sobre trayectorias de mujeres en situación de violencia familiar atendidas en un hospital de la ciudad de Buenos Aires, el Alvarez. Según la investigación, el sector salud revela escasa capacidad para la detección de violencias, a la vez que, frente a los casos, actúa “psicologizando” o “medicalizando” el padecimiento.
 
–¿Aumentaron las consultas de hombres más que de mujeres entre 2008 y 2011?
 
–Sí y en 2013 los varones que entraron a la admisión del equipo de violencia superaron a las mujeres.
 
–¿Cómo llegaban?
 
–El 95 por ciento de estos consultantes varones son agresores, a diferencia de las mujeres, que casi todas son víctimas. Aparte, al reglamentarse la ley 26.485 en 2010 hay un cierto cambio de paradigma en el sistema de justicia y los varones también son objeto de derivación por parte de los juzgados.
 
–¿Las mujeres llegaron solas?
 
–En ese mismo año, un tercio llegó por recomendación judicial, por causa de ellas o de sus niños. Esto es lo que llamo en el libro “terapia por mandato”, que viene a complejizar la situación porque aparece una demanda que es externa a la propia persona que consulta.
 
–El hospital es uno de los primeros lugares donde llegan las mujeres que sufrieron algún episodio de violencia, pero el 93 por ciento de las mujeres no lo comenta con los médicos y los médicos no suelen preguntar tampoco.
 
–Es complejo, porque no solo que las mujeres pueden llegar a un servicio de emergencia de un hospital por lesiones. Lo que vemos es que ellas muchas veces no pueden decir que fueron golpeadas. Los sistemas de registro de información que producen los servicios de salud tampoco pueden visibilizar eso. Se registra lesión y no se registra que esa situación es producto de violencia física. Hay varias cuestiones involucradas. Otra es que hay una escasa sensibilidad para la percepción de problemas que son no orgánicos. Hay un modelo, una racionalidad médico científica que está siempre prestando atención a lo orgánico, a los signos físicos. Ahí hablo del problema de la visibilidad de la violencia. Muchas veces las mu- jeres tienen signos y síntomas que no están claramente asociados con una agresión, que tienen que ver con años de deterioro de la autoestima, con estrés, hay muchos problemas gastrointestinales, musculares, nerviosos, amén de los psicológicos, que pueden claramente ser atribuidos a situaciones de violencia. Si hubiera mayor sensibilidad podría el equipo de salud pescar algo de esto y abrir una pregunta. En la mayoría de las experiencias que se han estudiado, cuando a las mujeres se les pregunta en un clima ameno, directamente, si ellas están siendo víctimas de violencia, ellas responden que sí. Hay un video muy lindo de un ginecólogo colombiano en que describe esto: “yo tenía mucho miedo de preguntar pero cuando pregunté la paciente me agradeció esa pregunta que yo hice: doctor, yo hace muchos años que esperaba que usted me pregunte eso”. Sobre todo cuando son ginecólogos de atención primaria de las mujeres.
 
–¿Es solo falta de sensibilidad o de formación también?
 
–Son las dos cosas. Yo creo que hay una falta de incorporación de las cuestiones sociales a la formación médica. Se privilegia lo biomédico, la especialización pero poco se trabaja cuestiones culturales, subjetivas, y obviamente, falta toda perspectiva de género y de derecho en la formación de los profesionales, no solo los médicos, también en el campo de la salud mental. Los que mejor preparados están son los trabajadores sociales.
 
–En el libro usted dice que no hay categorías asociadas a la violencia en el registro de la emergencia.
 
–Aparece la lesión pero no hay posibilidad de documentar que eso corresponde a una situación de violencia.
 
–Y eso que el Hospital Alvarez es uno de los que más trabaja en el tema.
 
–Claramente es el hospital que más trabajo, programas y dispositivos tiene vinculados a cuestiones de género y acceso a la salud de las mujeres.
 
–Aun así no se llega a detectar a todas las víctimas que llegan al hospital.
 
–No se llega a detectarlas un poco porque pasan desapercibidas. En parte porque ellas buscan a veces no exponerse, se culpabilizan, hay una cuestión de la propia problemática, el hacerse difícil de ser miradas. Pero a la vez hay mucho temor a comprometerse de parte de los profesionales, mucho temor a la frustración porque muchos de esos casos de mujeres a veces recaen.
 
–¿Cuál sería la ruta crítica de las mujeres que padecen violencia?
 
–Es el camino que emprenden las mujeres a partir de que reconocen la situación de violencia y se la comunican a alguien. La búsqueda que ellas hacen en distintos ámbitos y sectores; en el ámbito de la propia familia, comunitario, puede ser con una denuncia policial. Se va armando así ese camino.
 
–Y en esa ruta las burocracias de los sistemas son muy grandes.
 
–Esos periplos en general son bastante largos y bastante tortuosos. Se van modelando esos caminos en función de las respuestas de las mujeres.
 
–Muchas veces las mujeres se pierden en el camino porque no llegan al otro punto de derivación.
 
–Y no lo sabemos tampoco. Lo cierto es que en la ciudad de Buenos Aires hay múltiples recursos para atender la problemática. Tenemos la información de todos los prestadores estatales, de ONG, de salud, de desarrollo social, sin conocer bien qué producen, qué mujeres atienden, qué trayectorias tienen.
 
–El factor tiempo es muy fuerte. Una de las mujeres entrevistadas llega hasta los 28 años de sufrir violencia y circular en esa ruta crítica.
 
–Sí, una mujer joven que desde su noviazgo temprano intentó diferentes caminos para salir de su situación de violencia, y al momento que yo la entrevisté habían pasado 28 años. Eso no quiere decir que lo haya resuelto.
 
–¿A qué se debe? ¿Qué lugar tiene la desarticulación entre organismos?
 
–Ese sería un factor determinante. La escasa articulación y la poca capacidad de seguimiento. Porque las mujeres consultan, son activas, en general habían consultado a cinco instancias cada una de ellas. Tal vez no fueron al lugar adecuado. Lo cierto es que no conocemos que haya tradición de hacer un seguimiento, un monitoreo de la propia práctica y del destino de esas mujeres. Las organizaciones intervenimos cuando ellas se acercan y hasta ahí podemos decir algo.
 
–¿Encontró un protocolo unificado?
 
–No. Y hay un paso anterior que sería un plan nacional para enfrentar la violencia que está pendiente todavía y de ahí se desprenderían varias líneas. Entre ellas un protocolo de articulación entre los distintos efectores. Por ejemplo, entre Salud y Justicia hay contactos informales.
 
–La suerte depende de quién la atienda…
 
–Depende del secretario del juzgado, del terapeuta, del equipo. Entonces, hay un diálogo de sordos entre Salud y Justicia. Justicia envía a Salud a un proceso terapéutico y pide que se documente que el tratamiento se cumplió pero en definitiva que la mujer concurra al tratamiento tampoco garantiza y pareciera que estos actores no conocen las expectativas uno del otro.
 
–En la investigación usted dice que la violencia no está jerarquizada como un problema de salud pública. ¿Qué quiere decir eso?
 
–No tiene jerarquía en el sentido de que por ahí hay otras problemáticas que tienen mayor protagonismo. Es muy escaso el interés de los miembros del equipo de salud en formarse para conocer más de la problemática. Hay un campo muy interesante que se podría abordar desde la investigación que es cuáles son esos puentes que hay entre ciertos signos y síntomas muy habituales con situaciones de violencia. Y eso es un nicho de investigación que está muy verde todavía, muy vacante.
 
–Propone hablar de la violencia no como enfermedad pero sí como “carga oculta” para la salud, ¿puede explicar ese concepto?
 
–Sí, porque la violencia no es una patología pero trae múltiples consecuencias en el plano social, en entornos familiares, a nivel emocional y también a nivel orgánico y psicológico. Tiene una carga de enfermedad que está escasamente estudiada y que se podría hacer muy bien prevención en eso.
 
–Dice que hay una “psicologización” del problema, ¿cómo es eso?
 
–En los equipos de salud hay una tendencia a delegar el problema a otro servicio, actor o sector. Uno podría pensar que eso es parte del proceso de psicologización. Pero además uno podría pensar que al psicologizar el proceso, lo que se está haciendo es reducir el problema a una dimensión individual, personal, subjetivo de esa mujer, sin pensar que hay un contexto que probablemente la esté presionando, que puede ser mandato familiar pero también pueden ser cuestiones concretas de la sobrevivencia de ella y de sus hijos. No por elección, no porque hay un goce en mantener ese vínculo sino porque hay un contexto muy desfavorable.
 
–También habla de “medicalización”. Hay un testimonio muy fuerte de una mujer que dice que sentía que la estaban “dopando” y que eso no la ayudaba.
 
–Ese es uno de los hallazgos menos esperados de la investigación. Varias de las mujeres que entrevisté habían tenido un tratamiento con psicofármacos. El modo en que llegaron también es muy singular a ese tratamiento. Una crisis emocional frente a una situación de violencia con la pareja, llegan a un servicio de emergencias y lo primero que ocurre es que para calmarla la medican y ese es el inicio de un camino que después es muy difícil de revertir. En otros casos también son dramáticas las situaciones en que ellas describen que quieren dejar de la medicación y hay crisis de abstinencia muy riesgosas también. Entonces hay allí todo un campo para seguir viendo, que es parte de lo que voy a profundizar en una investigación que estoy encarando ahora, ingresando un poco más en eso.
 
–Otro aspecto que aparece son los intentos de suicidios de las mujeres que sufren violencia.
 
–Está vinculado. Me pareció altamente significativo que las mujeres que habían intentado quitarse la vida, que tenían alguna idea suicida, que me contaban en el contexto de la investigación, todas habían estado vinculadas con el uso de psicofármacos. En realidad hay también investigaciones que las mujeres en general consumen sustancias legales, no buscan drogas ilegales. Y que en muchos casos este consumo está vinculado con poder sostener la cuestión familiar, medicarse para poder aguantar. Pero a veces está vinculado a la respuesta que da el sistema de salud: medicarse para salir de la violencia. Medicarlas para que puedan ordenarse y entrar en un tratamiento. Y esto trae un riesgo muy grande. En principio la estigmatización, se les pone la etiqueta: “la loca sos vos”. Y por otro lado, el consumo de cierto tipo de medicación las lentifica. Ellas hablan de “embobada”, “empastillada”, “dopada”, con eso se pierden los reflejos.
 
–Hay también un testimonio que habla de cierta complicidad de un psiquiatra con el agresor.
 
–Sí, porque parece ser que en esos casos el responsable de llevar al tratamiento a la mujer para hacer una consulta ambulatoria es la pareja. Entonces ahí se produce una alianza de género, de poder, y por otro lado, me quedó algo en relación a los suicidios. Es difícil saber si usan los fármacos para aplacar sus síntomas o si se quieren matar.
 
–¿O sea que la metodología que usaron fue tomar pastillas?
 
–Sí, y aparte la relación entre ideación suicida y psicofármacos la encuentro en que todas habían estado consumiendo psicofármacos. Las que no habían pasado por tratamientos psiquiátricos no refirieron. Es una relación a explorar.
 
–¿Propuestas para mejorar? Algo ya planteó.
 
–En el plano más social y cultural hay mucho para hacer. Menciono allí el tratamiento que hacen los medios de comunicación. En términos generales, me parece que hay todavía un tratamiento que coloca una y otra vez a la mujer o en el lugar de objeto para vender algo en un lugar subordinado.
 
Algo que me parece sustantivo es el papel de cada uno de nosotros, de la familia, de la comunidad. Las mujeres muchas veces tampoco encuentran un respaldo en el propio entorno. En lugar de contar con apoyos muchas veces lo que le dicen la familia, las amistades, es “bueno, sé más tolerante”. Y la verdad es que es un mensaje muy riesgoso y me parece que habría que apelar a cada uno de nosotros, de ponerse en el lugar del otro, de acompañar, de comprometerse.