Conocí a Anna Kazumi Stahlen la charla “Las montañas sólo duermen un rato: la escritura y la vida de las mujeres en Japón” que dio en el marco de las Conferencias AnteSala del Primer Congreso de Estudios Poscoloniales y II Jornadas de Feminismo Poscolonial “Cruzando puentes: Legados, genealogías y memorias poscoloniales”. Con voz suave y gestos tímidos, fue desarrollando con gran sutileza diferentes pliegues de la escritura de mujeres en Japón en los últimos siglos.
Por Sonia Santoro
Anna conoce de Japón. Hija de japonesa y de estadounidense sureño descendiente de alemanes, nació en 1963 Louisiana, Estados Unidos y se crió en New Orleans. También conoce de Estados Unidos por supuesto y, a partir de tantos cruces, construyó una vida llena de viajes multiculturales. Desde 1995 vive en Buenos Aires y todavía trata de ser cada vez más porteña.
Actualmente es docente en un Programa universitario de New York University y da talleres en escritura o literatura japonesa y estadounidense. Por supuesto, escribe, siempre escribe.
Dos libros, Catástrofes naturales (Sudamericana, 1997) y Flores de un día (Planeta, 2007) son una muestra de su escritura sutil y sensible, en un lenguaje, el castellano, que aprendió no hace demasiado tiempo.
-¿Hubo un día que decidiste ser escritora?
Hubo un par de días así. Hubo un día cuando yo era muy chica, tenía 13 y jugábamos con mis hermanos, que son bastante más chicos que yo. Ese día decidí jugar con palabras y hacíamos fotos en palabras, instantáneas. Era muy divertido. Lo hacíamos con marcadores. Como ellos eran chicos era más parecido a dibujar y para mí era jugar mucho con la plasticidad de las palabras. Y me acuerdo que me había gustado tanto, me sentí tan bien haciendo eso, que pensé “yo quiero trabajar con las palabras siempre”.
Después cuando iba a terminar mi estudios de grado había decidido hacer abogacía, quería hacer derechos humanos y en un momento giré porque la literatura nos ayuda a pensar otros modelos para nuestra convivencia; para nuestra relación con la otredad la literatura ayuda un tanto más que quizás la ley. Para rearmar la cabeza. La literatura es un espacio para imaginar otras maneras de incorporar la otredad, de defendernos ante la discriminación, de sacar de adentro la voz de la discriminación. Entonces, de alguna manera es la primera parte de una decisión que se hizo concreta cuando me recibí del doctorado (de Literatura Comparada, en Berkeley).
Había estado en Argentina dos años haciendo investigación y empecé a escribir en español y eso fue para mí de alguna manera una gran revolución porque empecé a escribir sin tener los prejuicios míos, porque escribí virgen en un idioma nuevo.
Había terminado un manuscrito jugando con ese idioma y un amigo lo presentó ante una editorial.
En la misma semana en la que recibí un llamado para un puesto académico en Estados Unidos, recibí un fax de la editorial diciendo que “aceptamos el manuscrito pero usted tiene que comprometerse a estar presente para hacer la promoción”. Y ahí se me hizo una bifurcación y recordé que la literatura es un espacio para para cambiar las cosas que van a tener valor y me pareció el camino académico un tanto estrecho.
Dije que no al puesto académico y vine para Argentina. Eso fue en el 95.
-¿Ese fue tu primer texto literario?
Escrito no pero publicado sí. Había publicado cuentos en revistas estudiantiles.
-¿Cómo definís qué es ser escritora?
Creer que la palabra tiene para expresar lo que uno tiene adentro para llegar al otro, para conmover, para cambiar. A partir de ahí soy bastante liberal. Me parece que muchas veces escribo las partes más importantes, las más creativas, cuando no tengo lápiz en la mano o no estoy en el teclado. Me encanta escribir en el colectivo o si estoy cocinando. Lo escribo en mi cabeza o a veces lo grabo si no puedo o una palabrita y esto trae el resto.
Después es importante tener mi cuaderno encima y voy haciendo mis apuntes. Esta novela la escribí mucho en un cuadernito, a mano, muy precariamente pero creo que son momentos muy importantes para desmitificar qué es el escritor. Para mí por lo menos estar horas y horas es importante solamente en la última etapa, para ir puliendo, esa etapa más racional.
-¿Para qué sirve escribir?
Es muy importante la autenticidad que tiene uno consigo mismo y con el entorno. Porque si bien uno puede decir que escribe para uno mismo, uno nunca deja de ser parte de un momento histórico, cultural, colectivo. Es muy importante ser consciente de eso. Y uno nunca escribe para la historia siempre lo hace desde su propia idiosincrasia, sus emociones.
-¿Hay una escritura femenina?
Yo creo que sí. No quiere decir que los hombres no escriban también una escritura femenina pero como son las estructuras de pensamiento en nuestra cultura, la manera, entre comillas, masculina, sería más relacionada con lo lógico, lo racional, lo lineal, las posibilidades de proyectar racionalmente, armar estructuras que se van realizando previsiblemente, progresivamente… Y hay otra manera, entre comillas, femenina. Yo estoy usando estas categorías que son culturalmente asociadas pero ojalá no tuviéramos que decir masculino-femenino, sino racional-intuitivo. Son estereotipos, cuando escucho la frase escritura femenina pienso en eso, me he inspirado bastante en las teorías de escritura femenina de las francesas que hablan de un ser femenino intuitivo, de una asociativa la manera de pensar; es esta oposición entre logos y mitos como modos de expresar las cosas y dar sentido a las cosas; lo masculino asociado a logos y lo femenino a mitos…
-¿Más allá de la teoría, en qué te diferencia ser mujer escribiendo?
Hay diferencias. Primero creo que por más que estamos mejor que generaciones anteriores, igual la mujer tiene otra circunstancia en cuanto al manejo de sus tiempos, sobre todo si es madre, si es esposa; aun siendo hija, nuera, es diferente.
Ahora podríamos hacer este mismo diálogo en Japón y diría lo mismo. Si bien por ley está la igualdad entre los géneros, la manera de vivir sigue siendo diferente en cuanto al manejo de sus tiempos, en cuestiones económicas y demás. Si bien hoy el padre pone mucho más tiempo en la crianza es diferente.
Pero diría que a partir de ahí mucho no hay. Creo que ser mujer es una experiencia muy rica para ser escritor.
Igual todavía no hemos hablado de algo para ser escritor que es leer, hay que gozar de leer, hay que alimentarse de leer.
-¿Quiénes te inspiran?
Cuando pienso en alimentarse como escritor leyendo leo en mi propio idioma, inglés. Me han formado mucho los modernistas, algunos juegos hacen ellos con la estructuras. Y después los escritores sureños. Ese fraseo que lleva la oralidad a la literatura refinada es algo muy particular que me impactó y es parte de mi formación. Y después hay mucho muy bien traducido al inglés de literatura japonesa que es parte de mí.
Hable más japonés que inglés hasta llegar a la escuela. El primer día de escuela llegué de vuelta y dije “no quiero hablar más japonés”. Era una época de mucha discriminación y no era para nada agradable ser japonés, como es ahora. Fue bastante difícil para mi madre y para todos nosotros cuando éramos chicos y bastante confuso vivir el cambio cuando lo japonés empezó a ser más de onda.
-¿Qué género preferís para escribir?
La prosa. Me gusta mucho el cuento. Es muy exigente porque tiene que ser un reloj suizo, tiene que funcionar bien, si hay algo que está fuera, un exceso o falta desarrollar, se nota y causa problemas, en la novela mal que mal de alguna manera sigue funcionando la gran máquina.
El cuento tiene una preciosura, una hermosura. Es una hazaña. Cuando está bien y está todo en su lugar, es una hazaña.
-¿Tenés ritos antes o después de escribir?
No, pero me hace recordar que hace poco conocí a una escritora latinoamericana, Sandra Cisneros. Y ella contó que cuando va a escribir ella convoca a todos los antepasados suyos que ella sabe que la quieren, el padre, un abuelo, una tía, no sé quieres más. Y eso a mí me gustó, es muy similar al pensamiento japonés de los antepasados, que hay una relación de beneficio mutuo y de exigencia mutua con los antepasados.
Pero no tengo un ritual. Sí es muy importante guardar las formas. En la primera etapa que es muy larga, de escribir a mano en un cuaderno, es todo muy volátil y para mi es importante permitir que así sea, y muy lentamente a lo largo de los meses se va consolidando el material como si fuera por sí mismo, no por mí. Hasta que me voy dando cuenta y voy bajando, bajando hasta llegar a otra etapa que es la de la máquina, paso todo y es una parte más de trabajo estructurado.
-¿Quiénes te leen?
Empecé a tener más relación con mis lectores a partir de la novela. Yo era mucho más tímida y no entraba en relación y cuando salió la novela también se hacía una promoción y yo trabajaba en una escuela por lo que íbamos a comer en el comedor escolar. Y vino una persona que había comprado la novela a decirme que le había gustado y le había hecho pensar en su propia historia y yo contesté con toda la timidez… y se fue. Y una compañera de trabajo me dijo “pero qué manera más fría de contestarle, tenía el libro el mano, podrías decirle te lo firmo, porque es un regalo que le has hecho”. Y esa frase me quedó en la cabeza y me di cuenta que sí, es un regalo y si a alguien le ha caído bien es bueno compartir eso.
Y es una novela que ha gustado mucho a las mujeres. Me da mucho agrado y placer que haya hecho pensar a las mujeres en su historia.
-La crítica…
Tuve mucha suerte porque me recibieron muy bien. Tengo un español raro, es evidente que soy extranjera, es un idioma que aprendí de grande, lo aprendí a los 30 años, por lo que también cuando escribo trato de mantenerme dentro de los límites que puedo manejar. Y los críticos me recibieron con mucha generosidad.
Creo que también es un momento histórico que se recibe bien lo transcultural.
En Argentina me comprendieron más. Realmente creo que pudieron comprender más lo que es ser hijo de inmigrante, tener en la historia los ecos de otras culturas, siempre.
Además también el periodista argentino siempre está con más de un oficio, por lo que tiene otra visión del mundo, tiene una visión enriquecida.
-¿Qué libro te falta escribir?
Está ese libro que sentí que no tenía experiencia de vida para escribir, que tiene que ver con las guerras, con por qué la humanidad es tan violenta. Y hay algunos temas que me resultan inabordables, yo admiro mucho los temas que son importantísimos para la humanidad, como la condición de la naturaleza, lo que el hombre ha llevado a hacer con la tierra, la ecología.
Lo otro tiene que ver con las violencias, que a eso sí voy a llegar. Tiene que ver con las cosas que tenemos adentro, que hemos sufrido o hemos visto, las malicias; ninguno es puramente bueno o mal, eso hay que comprenderlo; al haber sido víctima, hay que saber cómo dejarlo atrás.
-¿Planificás la estructura de tus libros?
No, porque he probado y nunca sale lo que planeo. Entonces, como la novela es más grande es más difícil. Lo mejor para mí, aunque suena ineficiente, es ir escribiendo oníricamente porque a la larga, aquello sólido que sale de eso, sigue firme; y lo que uno planea, a lo mejor se vuelve muy inconsistente o muy vacío. Para mí hay algo de lo planeado que termina siendo hueco, no lo puedo llenar con fuerza vital como lo que ha nacido de lo onírico. Pero soy yo eh.
-¿Qué escribiste hoy?
Hoy no escribí. Muchas veces a la mañana muy temprano no escribo. Escribo a la noche, y escribo bastante en los trayectos. Hoy por ejemplo vamos al dentista y yo sé que mi nena se va a dormir en el trayecto y tengo mi cuaderno. Soy muy amiga del colectivo. Hay una cosa que hay que hacer, tener el cuaderno en la mano y apartar la espalda de la silla y los brazos del cuerpo y uno va como con un resorte automático y se escribe. Es lindísimo.
Lo que hice a la mañana temprano lo que hice es caminar. Hay que hacer algo para que la cabeza esté más despojada, y surgen pensamientos más libres.
-¿Qué se dirá de vos dentro de 10 años?
Lo mismo. Escritora, docente, madre, esposa, hermana, hija, nuera, qué se yo. Cada vez más porteña. Hace 17 años pero a veces todavía yo soy la única persona que se ríe o la única que no se ríe en todo el grupo.