Amelia Tiganus, rumana, víctima de trata y militante feminista contra la explotación sexual. En el 2002, con 17 años, llegó a España vendida por 300 euros por una red de trata que operaba desde Rumania. Pasó por 40 prostíbulos. Logró salir cinco años después, una vez que la consideraron descartable. Se define como una “combatiente” contra la trata. Tomó conciencia de la esclavitud a la que la sometieron a partir del descubrimiento de lecturas feministas.
Por Sonia Santoro
Imagen: Sandra Cartasso
“La gente en general repite el discurso proxeneta porque le llega por todas partes: los medios de comunicación ponen como referentes a supuestas mujeres que es como que hacen el papel de Pretty Woman, la película que tanto daño ha hecho con la romantización de la violencia, de la prostitución, del putero. Y creo que a nuestra sociedad nos toca replantearnos que la prostitución, aunque nos quieran vender que tiene rostro de mujer, es un mundo de hombres”. Así habla Amelia Tiganus. Es rumana, pero se expresa en perfecto español. A España llegó hace 16 años vendida por 300 euros para ser explotada en 40 prostíbulos durante cinco años. Sobrevivió y lo cuenta. Llana, franca, directa. Desmenuza en esta entrevista cómo fue captada, de qué forma funciona el sistema prostituyente en España y cómo hizo para salir: “Me dejaron marchar porque no daba más de mí y eso no importaba porque después de cinco años habían hecho un montón de plata. Y además en la puerta había tres nuevas (chicas) de 18 añitos recién cumplidos”.
–¿De dónde es Amelia?
–Nací en 1984, en Galati, al este de Rumania. Una ciudad industrial. Una familia de clase obrera, soy la mayor de dos hermanas. Y bueno mi vida era como la de cualquier otra en esa situación. A destacar mi buen nivel de estudio y mi deseo de ser profesora o médica, también que nunca pasé por necesidades económicas. Quizás esas necesidades sí las sufrí a nivel emocional porque dentro del núcleo familiar era una situación generalizada. Quizás porque es una sociedad… que ha pasado por la época del comunismo, de vivir en dictadura y tanto mujeres como hombres tenían unos horarios, eran unas dinámicas bien marcadas y se quedaba como al margen la vida afectiva, el valor de lo afectivo. Entonces nos hemos criado, en mi generación y las que vivieron en esas épocas de cambio, en esas dinámicas de ausencia de afecto parental.
–¿Qué pasó? ¿Cuál fue el desencadenante, cómo cae en la explotación sexual?
–Bueno, yo siempre digo que eso lo vi con la perspectiva del tiempo y tuve herramientas para analizar lo que había vivido… Llevo 16 años en España. El desencadenante, lo que cambió mi vida fue el haber sufrido a los 13 años una violación múltiple. Eran chicos del barrio, conocidos. En la calle, volviendo del colegio me rodearon y empezaron a insistir y eso se desencadenó en una violación múltiple. Pero eso no fue lo peor porque fue un hecho muy traumático pero que mi mente lo guardó en un rincón y siento que se borró de mi memoria, lo peor fue lo que vino después cuando mi entorno no supo responder a aquello quizás por miedo o por faltas de herramientas…
–¿Le contó a sus padres?
–No le conté a mis padres porque tenía mucha vergüenza, miedo a defraudarles, no quería que sintieran vergüenza ni que pusieran en duda lo que sucedió…
–Pensaba que la podían culpar de algo…
–Sí, pensaba, porque eran muy conservadores, y me crié con esa idea de que si a una mujer le pasa algo así es porque no ha tenido el suficiente cuidado o porque ha estado vestida de alguna manera. Ese mensaje lo tenía muy bien incorporado. Pero sí de cara hacia afuera se difundió y se me marginó. Primero, y más importante, las notas bajaban porque ya no rendía, decían que me había vuelto una vaga y no vieron los indicadores. Tampoco el vecindario, que se dedicaba a señalarme, a decir que era una puta. Esos padres de mis amigas no les dejaban hablar conmigo porque decían que les iba a ocurrir lo mismo…
–Entonces, sus padres se enteraron.
–Sí. Seguramente les agarró mucho dolor, lo pienso ahora pero en ese momento me sentí bastante defraudada por su actuación. Pues me vi totalmente marginalizada por una sociedad, muy vulnerada. Entonces en esa situación, en donde además las violaciones se volvieron sistemáticas porque me perseguían, tenía dos opciones: una era suicidarme por no aguantar todo eso y otra era asumir que eso era así, que yo era una puta. Y adquirí esa falsa salvación, me agarré de esa idea… A partir de ese momento pensé “bueno, no pasa nada, me acuesto con todos” pero también para evitar las situaciones de mayor violencia, para sobrevivir, un mecanismo de defensa.
–¿Cuánto tiempo duró eso?
–Esto desde los 13 hasta los 17 y medio. Y a los 17 y medio fue cuando me empezaron a hablar de ir al Estado Español a ejercer la prostitución para en unos años, tener una casa, un coche. Me ponían de ejemplo a otras chicas que venían de ahí, que eran muy queridas y admiradas, porque dentro del sistema eres lo que tienes, el valor que tienes. Y me ilusioné mucho, me lo creí y dije que sí. Tenía 17 años, era menor de edad y ese hombre me vendió por 300 euros. Tenía un prostíbulo en Alicante, en donde enseguida cumplí la mayoría de edad. Fue así como llegué al Estado Español y al sistema prostibulario.
–¿Y con sus padres, nunca más?
–En esa ecuación mis padres se quedaron de lado porque yo intenté sobrevivir a mi manera, a los 16 años empecé a trabajar en la fábrica, sacar adelante mi vida y se quedaron en un lugar secundario.
–¿Repensó ese consentimiento que supuestamente dio a esa edad?
–Claro. Lo más llamativo es que yo no me identifiqué como víctima de trata hasta hace cuatro años. O sea, siete años después de salir del sistema prostituyente, sin apoyo –luego lo conseguí porque nadie se salva solo—, en tremenda soledad. Yo durante todo este tiempo pensé que como di mi consentimiento, sin pensar cómo lo di, tengo que apechugar. La revictimización que siempre o casi sufrimos las mujeres.Y me di cuenta de que era víctima de trata por el feminismo…
–¿Cómo llegó al feminismo?
–De casualidad, empezando a leer. Fue un momento de abrir los ojos, darme cuenta que todas las preguntas que me fueron rondando por la cabeza, todo tenía un sentido, una explicación y entonces pude ponerle palabras a lo vivido. Pude entender mi historia y sacarla de lo personal a lo político, y así entender que parte de mi historia personal formaba parte de un gran entramado que arroja en la prostitución a millones de mujeres en todo el mundo. Y luego empecé a estudiar sobre la trata y fue al conocer el Protocolo de Palermo cuando me di cuenta de que yo había sido víctima de trata primero porque di ese “consentimiento” siendo menor de edad y segundo, aunque no hubiera sido menor de edad, en una condición de vulnerabilidad como la que estaba, tampoco. Por eso pienso que el consentimiento es un término muy tramposo porque no se puede demostrar.
–Dijo alguna vez que los prostíbulos son campos de concentración.
–Sí, después de escuchar a Sonia Sánchez que dijo que “la prostitución es un campo de concentración a cielo abierto”, empecé a reflexionar sobre eso, a hacer conexiones y entonces empecé a pensar qué era la prostitución dentro de los prostíbulos, que era lo que yo conocía. He pasado por más de 40 prostíbulos durante los cinco años que fui explotada en el Estado Español. Y tener los sentidos puestos en sobrevivir las 24 horas del día; estar expuesta a ver pornografía (películas) las 24 horas del día y como forma de tortura, como mandando un mensaje muy claro de “para esto estás y sirves”; tener que hacer fila para todo, para cambiar las sábanas, para comer, para entrar a las habitaciones con los puteros. También la desconexión total con la sexualidad, con el deseo, simplemente un acto mecánico para dominar. Ser en función de lo que los otros te demandan porque primero pierdes la identidad, te transformas en una mujer usable, desechable; en un cuerpo y podes resistir a todo eso a través de un mecanismo de desviación porque es cuando se quiebra tu humanidad.
–¿Cuándo pensó por primera vez en irse, escaparse?
–La primera vez fue a las tres semanas de llegar al Estado Español cuando me di cuenta que el proxeneta que me había comprado no cumplía con su parte porque me había dicho que después de pagar la deuda que había acumulado por pasaporte, el viaje, las ganancias se iban a repartir un 50 y un 50. Pero me di cuenta que después de pagar esa deuda, de ese 50 por ciento que me tenían que dar a mí, me quitaban el alojamiento, las sábanas. Me habían dicho primero que era para ganar mucho dinero y sacar a tiro en dos años, y si no lo cumplía era porque no me esforzaba lo suficiente. También hay un sistema de multas por no cumplir los horarios, por no estar a las cinco en punto en las salas cuando se abría la puerta (ahí entraban los puteros y estábamos en filas otra vez). Por tardar más en habitaciones, por masticar chicles, por contestar mal a un putero. Entonces todo eso de la libertad de elección no es cierto: no puedes tratar mal a un putero porque el proxeneta va a perder la clientela y porque ese (el prostituyente) le dirá a otros que ahí hay chicas complicadas. Y me di cuenta como me quedaba sin nada. Lo que me quedaba era para sobrevivir y seguir enganchada a la droga y el alcohol. Nos enganchamos a eso para poder resistir y sobrevivir.Y a las tres semanas cuando me doy cuenta de todo eso, porque era aun bastante lúcida, decidí escaparme en el día en que tuve el pasaporte en la mano (me lo habían sacado el primer día. Me dijeron que tenían una caja fuerte porque las chicas me lo podían robar). Pero me devolvieron el pasaporte un día que el proxeneta recibió el llamado de un policía avisándole que esa noche iba a haber una redada: esa noche teníamos todas el pasaporte en mano y las que parecían menores de edad no estaban esa noche. Y lo que hice fue pedirle a algún putero que me llevara a otro prostíbulo. Y la gente me decía “si tú estabas tan mal, ¿por qué te fuiste a un prostíbulo?”. Primero, queda claro que no quería volver a Rumania y segundo, estaba en un país totalmente desconocido, no hablaba el idioma. Desconocía mis derechos. Y todavía pensaba que eso era posible, que yo ganara ese dinero para solucionar mi vida. Y acabé en otro prostíbulo. Y de ahí en otro y otro porque trabajan en red y cada 21 días renuevan para tener chicas nuevas, para tener mercancía siempre variada y nueva para que los puteros no se aburran. Y el sistema era el mismo: explotar. Estuve cinco años. Tardé cinco años porque me resistía a salir sin llevarme nada. Tenía dolor de salir de eso sin llevarme nada y me prometía un año más, otro año más hasta llegar a los cinco. Autoengañarme.
–¿Cómo salió?
–Salí. Un día me senté en una silla y pensé que no quería que nadie más me tocara. Y me aguanté dos semanas. Me hacían muchas presiones porque acumulaba deudas con el club. Pero estaba totalmente bloqueada, intentaba pensar pero no tenía herramientas para hacerlo. Le pedí a un putero que me llevara a su casa a cambio de sexo. Y yo pensé que esa sería una manera de buscar un trabajo, poder pagar un alquiler. Fue así, pero me dejaron marchar porque después de todas esas insistencias era simplemente que no daba más de mí y eso no importaba porque después de cinco años habían hecho un montón de plata. Y además en la puerta había tres nuevas de 18 añitos recién cumplidos, con mis mismas ilusiones.
–¿Qué dice la ley española de la prostitución?
–Es alegal. Es decir, es una nube que beneficia a proxenetas, al Estado. Significa que no está penalizada ni para quien ejerce ni para quien explota –los puteros–. Está perseguido el proxenetismo, lo único que de una manera tramposa, hay prostíbulos en las carreteras, cada vez más pisos. No persigue el rufianismo ni el proxenetismo coactivo. Y volvemos al consentimiento, es decir, si una mujer consiente –sin tener en cuenta la vulnerabilidad– ser explotada, no pasa nada.
–¿Hay presiones para legalizar?
–Muchísimas, cuando ejercer la prostitución no es ilegal. ¿Y a quién beneficia? A los proxenetas porque quieren convertir la explotación sexual en explotación laboral. Y de esa ecuación quien gana es el proxeneta porque se convierte en empresario que explota. Y hay muchísima presión y el lobby proxeneta a nivel global. Y la gente en general repite el discurso proxeneta porque le llega por todas partes: los medios de comunicación ponen como referentes a supuestas mujeres que es como hacer el papel de Pretty Woman, la película que tanto daño ha hecho con la romantización de la violencia, de la prostitución, del putero. Y creo que a nuestra sociedad nos toca replantearnos que la prostitución, aunque nos quieran vender que tiene rostro de mujer, es un mundo de hombres. A mí cuando me preguntan que es la prostitución, respondo que es un mundo masculino. Para poder analizar hay que ver el sistema, hay que hablar del Estado que permite que exista y que lucra con ello porque en el Estado Español el dinero que mueve la trata está incluido en el cálculo del PIB desde 2014. Después están los proxenetas y los tratantes: cuando cae alguna red, siempre caen los extranjeros. Los intocables son los poderosos.
–Las chicas son también en general extranjeras…
–Sí porque las que estamos en situación de prostitución y trata, se retroalimentan y solapan. El 90 por ciento son países de origen de las redes de trata.Y luego está el gran invisibilizado que es el putero.
–El cliente, le decimos acá…
–Pero decirle cliente es eximirle de responsabilidad porque cliente podemos ser cualquiera y compramos y ahí se acaba. Y lo llamamos allí “putero” y aquí, “prostituyente”. Pero lo llamamos así porque es el hombre que paga para acceder al cuerpo de una mujer, no es cualquier cliente.
–¿Cuál es su sueño ahora?
–Tengo muchos, gracias al universo no he perdido la capacidad de soñar ni de perder las esperanzas. Mi sueño es que esta sociedad pueda abrir los ojos y pensar sobre qué modelo de Estado, de sociedad queremos. Se supone que si luchamos porque nuestros derechos como mujeres estén asegurados, es inocente pensar que legalizando la prostitución nos pueden garantizar eso porque el mismo acto en sí es discriminatorio hacia todas las mujeres porque pone a disposición de los hombres en lugares físicos en donde las mujeres que están ahí son convertidas en hoyos, en mujeres utilizables y desechables.
–¿Cómo vive hoy?
–Yo llevo mi activismo desde feminicidio.net y cuando hablo lo hago en nombre de una organización… no soy yo sola, tengo un equipo multidisciplinario detrás. Lo primero que hacemos es ir contra los feminicidios en el Estado Español, los del sistema prostitucional (prostituyente). Desde el año 2010 hasta hoy, tenemos documentados 42 casos. Seguramente habrán sido más. Lo que hacemos es rastrear las noticias de los periódicos y a través de eso hacemos informes. Un dato muy importante para destacar del informe es que la gran mayoría de estas 42 mujeres han sido asesinadas por puteros. La gran mayoría provenían de países de origen de las redes de trata (Europa del Este, Rumania y Ucrania. En América Latina, Brasil, República Dominicana. En Asia, China. En África, Nigeria), todos los puntos en donde las mujeres fuimos convertidas en materia prima para ser explotadas. También que esos asesinatos son llevados a cabo con gran odio, dejando en evidencia la misoginia. Es como si esos puteros hubieran hecho una declaración, como si el cuerpo de esas prostitutas fuera el campo de batalla de la misoginia, violencia contra todas las mujeres. Dentro de la organización coordino el proyecto de sensibilización, formación y prevención de prostitución, trata y violencia sexual. Me dedico a dar talleres, sensibilizar, a hacer activismo.