INFIDELIDAD GENETICA Y HORMIGAS CORRUPTAS

El periodismo científico no sólo no cumple con los objetivos que serían su razón de ser, sino que además contribuye a formar una imagen ingenua, deformada e ideológica de la ciencia. Eso demuestra el libro Infidelidad genética y hormigas corruptas (Editorial Teseo), de Héctor Palma. Aquí un adelanto.
 
«EL GEN GAY
 
La determinación biológica /hereditaria de la homosexualidad es otro de los clásicos del PC. Probablemente por el hecho de que los grupos de homosexuales, gays y lesbianas mantienen una gran capacidad de movilización y militancia, estos artículos suelen estar compensados –a diferencia de otros artículos del mismo tenor con otros “genes de…”- con opiniones en las cuales se hace hincapié en la elección de la orientación sexual y en la importancia de la biografía individual, los vínculos y las vivencias personales. Sin embargo, más allá del esfuerzo políticamente correcto, una constante en estos artículos (sea los que pretenden haber hallado el gen correspondiente sea los que están en la postura contraria) es que consideran a la homosexualidad como un concepto unívoco, referido a un fenómeno perfectamente identificable y homogéneo, desconociendo la enorme multiplicidad de conductas sexuales. Así, por ejemplo, Clarín[1] asegura categóricamente que científicos italianos y británicos  “confirman que un gen provoca la inversión sexual humana” aunque el artículo, lejos de abordar la cuestión de la homosexualidad, se refiere a patologías muy específicas y raras:  
 
“El gen bautizado como DAX1 hace que algunas personas tengan cromosomas de un sexo, pero órganos del opuesto. Para el grupo de científicos que publicaron su estudio en la revista Nature, ya no quedan dudas. Señalan al gen DAX1 como el responsable del síndrome de inversión sexual en seres humanos. Este síndrome aparece en una de cada 5.000 personas cuando se da en forma completa y hace que, por ejemplo, un hombre desarrolle órganos femeninos. Ahora, con la identificación del gen DAX1, se ha dado un paso más hacia una explicación del proceso que determina el sexo. Y sobre todo para aclarar la causa primaria de un posible desorden. La evidencia que tenemos sugiere sólidamente que el DAX1 es el gen responsable del síndrome de inversión sexual física en los seres humanos. Sólo una simple duplicación del gen en una dosis doble presuntamente lleva a la inversión sexual, afirmó Robin Lovell-Badge, del Instituto Nacional de Investigación Médica MRC. El tema no es nuevo. Desde ya hace un tiempo que los científicos tenían acorralado al gen pero ahora aseguran que pueden probar su relación con el síndrome. A través de experimentos con ratones transgenéticos (modificados por ingeniería genética), se pudo determinar que el gen se aloja en el cromosoma X y cuando se duplica haceque un individuo genéticamente masculino se desarrolle físicamente como una mujer.”
 
            También en Clarín[2] se comenta que en Suecia, “en el prestigioso Instituto Karolinska”, se analizaron:
 
“(…) áreas del cerebro, valiéndose de imágenes de resonancia magnética para medir el volumen del cerebro de 90 personas divididas en grupos, mitad hombres y mujeres, heterosexuales y homosexuales. Según los resultados de la investigación -publicada en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias-  los gays tenían cerebros simétricos, como los de las mujeres heterosexuales, en tanto que las mujeres homosexuales tenían cerebros ligeramente asimétricos como los de los hombres heterosexuales. Las diferencias fueron pronunciadas”.
 
Cumpliendo el mandamiento compensatorio de lo políticamente correcto, Clarín[3] publica: “Escepticismo entre científicos argentinos”, y poco después [4] recoge un artículo de la revista Science en el cual un grupo científico de la Universidad Western Ontario, en Canadá, revelaba que no habían podido reproducir las conclusiones del profesor Dean Hamer, del Instituto Nacional para el Cáncer (EEUU) de 1993, según las cuales la tendencia homosexual procedía de uno o varios genes transmitidos por la madre y situados en el cromosoma X.
 
2.3 EL GEN DE LA INTELIGENCIA
 
La inteligencia, muchas veces considerada como definitoria de lo humano, ha causado fascinación y ha formado parte de la autoestima de la humanidad desde la antigüedad. Discernible en los productos de la cultura, aunque esquiva a la hora de caracterizarla y establecer exactamente en qué consiste, el concepto de “inteligencia” resulta permeable a toda clase de matices ideológicos. No sólo cuando es objeto del análisis filosófico, sino incluso cuando la ciencia trata de diferenciar lo humano de lo animal, o cuando intenta medir la inteligencia y establecer así una escala jerárquica de los individuos y/o grupos. De hecho, el DB ha buscado de una u otra manera en el sistema nervioso central, el cerebro y la inteligencia, como decíamos más arriba, la legitimación de la desigualdad a partir de la diversidad.
La cuestión de la inteligencia adquiere en el PC también algunas formas estándar. En primer lugar el consabido “gen de…”, aunque se trata de experiencias en ratones y otros animales. Sobrevuela en estos artículos, probablemente como en ningún otro caso, la fantasía tecnocrática consistente en creer que la manipulación genética es capaz de potenciar o aumentar la inteligencia humana. En ningún caso queda claro de qué se trata la inteligencia y en general suele asimilarse a algunas funciones como la memoria o el éxito en algunas tareas simples (después de todo, es lo que hacen los ratones). No faltan los artículos sobre el análisis de los cerebros de individuos supuestamente geniales (como por ejemplo A. Einstein) desnudando una concepción burda, trivial y biologicista de la producción de conocimiento científico asociada a algunos componentes físicos del cerebro. Asimismo suelen encontrarse artículos en los cuales se hace una utilización extrapolada y/o metafórica del término “inteligencia”, por ejemplo para la ropa o los edificios, metáfora que conlleva una carga ideológica reveladora. Veamos algunos ejemplos.      
Clarín[5]asegura que a partir de trabajos desarrollados en las universidades de Princeton y Washington y el Instituto de Tecnología de Massachussettslograron producir los ratones (del mismo tipo de aquellos que pasaron de promiscuos y solitarios a sociables y monógamos) “más inteligentes de todos porque recibieron un simple gen y mejoraron su aprendizaje y su memoria”. Poco más abajo dice que a esos ratones les “inyectaron” otro gen. Nótese el uso de expresiones completamente equívocas: “recibieron un simple gen”, les “inyectaron”; incluso el científico responsable, “afirmó que la inyección del gen que usó podría aumentar la inteligencia humana”. La descripción de la experiencia no tiene desperdicio:
 
 
“La investigación probó que el gen llamado NR2B es una llave que controla la habilidad del cerebro para asociar un suceso con otro. Esta es una actividad básica para el aprendizaje de nuevos conocimientos. Para elegir ese gen, Tsien había creado ratones que carecían del mismo en una región pequeña del cerebro y demostró que esos ratones sufrían problemas en su aprendizaje y memoria. El gen NR2B se encuentra naturalmente en el cerebro de cualquier mamífero, incluyendo (por supuesto) a los humanos, pero su actividad declina con el paso del tiempo. Al inyectarse el gen en los embriones, se aumentó también la cantidad de un receptor, llamado NMDA, que es producido por el gen NR2B. El proceso hacia el mejoramiento genético de los roedores siguió así: el receptor NMDA es como un doble cerrojo en una puerta. Porque necesita de dos señales (dos llaves) antes de abrirse. Y es una herramienta útil para crear memorias, a través de un proceso conocido como potenciación a largo plazo. Al dar más impulso al receptor -por medio del gen- se aumenta la posibilidad de aumentar la formación de memorias. Para probar que el experimento había funcionado, los ratones (…) tuvieron que aprender a reconocer objetos que habían visto en otras oportunidades, a ubicar una plataforma bajo el agua y reconocer una señal que les indicaba que estaban por recibir un choque eléctrico leve. Además, los investigadores encontraron que los cerebros de los ratones adultos retuvieron características físicas que generalmente se presentan en los animales jóvenes. Ellos tenían un alto nivel de plasticidad, una disponibilidad para aprender fácilmente cualquier tarea”
 
La Nación[6]por su parte, presta una página para que un grupo de científicos haga lobbysobre la necesidad de invertir más dinero y esfuerzos en el área de las neurociencias para aumentar y preservar el capital intelectual:
 
 
“(…) la totalidad de los recursos emocionales y cognitivos de un individuo, incluyendo su capacidad intelectual, su flexibilidad y eficiencia en el aprendizaje, su inteligencia emocional (por ejemplo, la empatía y habilidades sociales) y resiliencia frente al estrés. La dimensión de los recursos individuales refleja su capital, formado por sus genes y programación biológica, sus experiencias y la educación que recibe a lo largo de su vida”
 
Resulta indudable, al menos por lo que sabemos, que en alguna medida la capacidad cognitiva (y muchas otras) depende de cualidades genéticas. Sin embargo, como ya señaláramos, evaluar cuantitativamente esa parte genética no solamente es una temeridad, sino, sobre todo es una respuesta a un problema mal formulado. Sin embargo, en esta nota/lobby no se duda en señalar que “el 50 por ciento de la capacidad cognitiva de la gente depende de los genes”. Nuevamente la fascinación por el número… ¿de dónde sale ese número, quién aporta esos números seriamente, de dónde sale que la polémica herencia/ambiente, muy probablemente una falsa polémica en términos biológico/naturalistas, tiene un correlato cuantificable y discernible en términos porcentuales?
No siempre la búsqueda de señales físicas de funciones como la inteligencia se presenta bajo la forma de investigación genética. A veces se hace mediante burdas correlaciones entre rasgos diferentes según algún relevamiento estadístico de dudosa procedencia y factura. Clarín[7]afirma que “el tamaño de los dedos influye en la inclinación de los chicos”. El artículo advierte que esa afirmación “suena a aquellas conclusiones, hoy consideradas «de museo», de Cesare Lombroso, aquel médico italiano que hacia 1870 postuló ideas audaces que asociaban ciertas características físicas con conductas criminales”, pero que, sin embargo, ahora “los nuevos datos sobre el tamaño de los dedos y ciertas tendencias artísticas o científicas tendrían algún fundamento”. Y no es para menos, ya que investigadores de la Universidad de Bath, en el Reino Unido,sostienen que los chicos en edad escolar que tengan dedos anulares más largos que el índice tendrían más probabilidad de destacarse en matemática. Estos investigadores han analizado a 75 (sí, 75) alumnos de alrededor de 7 años y le midieron las proporciones de los dedos índice y anular de la mano derecha; luego dividieron la longitud del índice por el largo del anular para calcular el cociente de ese dígito en cada nene. Sin explicar muy bien para qué, aunque la argumentación parecería indicar que los hombres tendrían inclinación por la matemática, mientras que las mujeres se dedicarían a otra cosa, se indica que:
 
 
“(…) las mujeres adultas, por ejemplo, suelen tener cocientes de 1, es decir que sus dedos índice y anular tienden a tener el mismo largo. En los hombres, en cambio, el cociente es menor: da un 0,98 aproximadamente. Eso indicaría que sus anulares suelen ser más largos que los índices”.
 
Es difícil ver cómo se pueden medir los dedos con ese nivel de exactitud para que un 2% resulte relevante, pero lo más sorprendente es que:
 
“Esos datos, a su vez, guardan relación, y allí está la clave, con el grado de exposición que tuvieron los nenes o nenas a la hormona testosterona cuando estaban en el vientre materno. En realidad, en esa exposición a las hormonas estaría la explicación de esta «extraña relación» entre la los dedos y ciertas preferencias”.
 
Como se puede advertir el título del artículo no refleja el contenido del mismo. En primer lugar porque la clave no sería el largo de los dedos, sino, en todo caso, la exposición a la testosterona durante el periodo embrionario, de modo tal que el largo de los dedos sería solo una manifestación secundaria de la otra relación hormona-inclinación. Pero, suponiendo que lo que se dice sea cierto, se invierte la relación causal porque el título indica que el largo de los dedos influye sobre las inclinaciones.
De cualquier manera, los resultados de la proporción del largo de los dedos no coinciden con otro estudio estadístico en el cual las niñas sacan igual puntaje en los exámenes de matemática que los varones[8]. El estudio se realizó sobre los siete millones de exámenes de ingreso a las universidades y mostró que en los resultados no hay diferencia alguna. El artículo remarca la sorpresa que estos resultados habrían causado, pero no se sorprende (el articulista) del hecho mismo de que estos resultados sean sorprendentes para alguien. Solo cuando ciertos prejuicios están sumamente arraigados la paridad puede sorprender.
 
[1]Clarín (12/2/1998): “Confirman que un gen provoca la inversión sexual humana.”
[2]Clarín (18/6/2008): “Un nuevo estudio dice que gay se nace y dispara la polémica.”
[3]Clarín (20/6/2008): “Escepticismo entre científicos argentinos.”
[4]Clarín (23/4/1999): “Dicen que no hay gen  gay.”
[5]Clarín (7/9/1999): “Manipulan un gen y crean ratones más inteligentes.”
[6]La Nación (23/10/2008): “El intelecto, otro capital que hace crecer a un país.”
[7]Clarín (11/9/2007): “Dicen que el tamaño de los dedos influye en la inclinación de los chicos.”
[8]Clarín (27/7/2008): “Matemática: las chicas sacan igual puntaje que los varones.” «