Epílogo a “Erase una vez una antiprincesa”

El domingo pasado, publiqué en el diario la nota “Erase una vez una antiprincesa”, sobre nuevas miradas de género en Literatura Infantil y Juvenil. Esta opinión sigue complejizando el tema.

Por Sonia Santoro

Hace un par de años, la escritora española Laura Freixas me contó que en España el 85 por ciento de los autores, editores, críticos o premiados son hombres. Freixas relevó los premios literarios institucionales (públicos) de su país durante tres décadas –de 1976 a 2006– y encontró diferencias abismales entre varones y mujeres premiados. De 169 galardonados, sólo 16 fueron mujeres, un 9,5 por ciento.

Las mujeres siempre hemos leído historias de hombres. Escritas por hombres, protagonizadas por hombres. Eso nunca nos pareció una rareza, era lo habitual. En mi caso no me había molestado, hasta no hace mucho, cuando dejé de leer una novela de un autor argentino muy reconocido porque sentí que el mundo por él narrado me era ajeno. Era el mundo de la iniciación masculina. Muy bien escrito, por supuesto, pero que decidí abandonarlo para sumergirme en la lectura de otras historias.

Cuando leo, además de entretenerme, busco que esa historia de alguna manera me transforme. Y generalmente para mí esas historias son protagonizadas por mujeres. No siempre, por supuesto. También hay historias de varones que me conmueven, me maravillan. Pero no es de ésas de las que quiero hablar, sino de las otras, y de las concepciones de género que todavía nos limitan (o me limitan).

El año pasado publiqué una novela infantil, Penélope recorre el mundo, cuya protagonista es una nena. Esta versión libre y remozada de La Odisea, como lo dice su título, da vuelta los roles de la historia clásica y pone a Penélope a viajar. Esa novela me la inspiró mi hijo Ulises. El germen fue una escena muy cotidiana en casa, que tenía a él como protagonista.

Luego, un poco jugando, y otro poco no, decidí que la protagonista de la historia, que ya se había disparado muy lejos de aquel germen, sería una nena. Presenté la novela en la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil de la Ciudad de México, en noviembre pasado. Fue su lanzamiento oficial y primer contacto con el público. Allí, para mi sorpresa, a la hora de firmar libros, los primeros en acercarse fueron dos nenes de unos diez años.

¿Es que yo había pensado que solo podrían leerlo las nenas? ¿Qué solo a ellas les interesaría? Parece que sí, que eso había pensado, aún sin verbalizarlo. Mi hijo Ulises había sido el primer lector, pero él no contaba, me decía.

Hace unos días, Ulises, me reclamaba libros porque había leído todos los que tenía en casa. Después de algunos rodeos, le ofrecí Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes, de Elena Favilli y Francesca Cavallo, publicado por Planeta y del que hablé en la nota del domingo.

Hacía algunas semanas que tenía el libro en casa y me pregunté si le interesaría. Sí, yo, feminista, me pregunté si a un niño le gustaría leer historias de mujeres destacadas del mundo. Un libro que recomendaría sin dudarlo a cualquier nena que me preguntara qué leer.

Ulises agarró el libro con total naturalidad y se tiró en su cama a leerlo. En dos sentadas lo terminó. Al otro día, me contó una historia que le había impresionado, la de una periodista norteamericana, Nellie Bly, que había viajado en tren, avión y hasta burro por todo el planeta para probar que no solo se podía dar la vuelta al mundo en 80 días, como proponía Julio Verne, sino en algunos menos, exactamente setenta y dos días, seis horas y once minutos. Nellie también había fingido tener una enfermedad mental para que la internaran en un psiquiátrico y poder exponer cómo maltrataban a los pacientes, mucho antes que el Nuevo Periodismo hubiera nacido. Ella vivió entre 1864 y 1922.

Ulises estaba realmente sorprendido, entusiasmado, inspirado por esa historia. Quién sabe por qué esa y no otra; no la de la bailarina, la presidenta, la espía o la activista. Justamente, a cada uno/a nos mueven relatos distintos, según quienes somos, de dónde venimos y hacia donde iremos. Y justamente ese “hacia donde iremos” depende mucho del tipo de relatos a los que tengamos acceso. Acá no hablo solo de discursos literarios, sino de todas las construcciones discursivas que nos rodean, nos alimentan (o no) y nos van definiendo.

Todo esto que yo sabía en teoría, como ven, me lo confirmaron chicos de diez años.

Así fue como aprendí que los varones no solo pueden leer historias protagonizadas por niñas o mujeres, sino que les pueden gustar, y mucho; y que es necesario que lo hagan.