
Sin motivo aparente el perrito de Roberto, un niño de siete años, estaba muerto, en su cucha. De costado con sus patas tiesas no dejaba dudas de lo sucedido. Roberto estaba en la escuela, lo que dio la oportunidad de llamar a la veterinaria, que se llevaran al perro y trajeran otro casi idéntico que tuvieron que rastrear por varios negocios de la zona.
Por Coca Trillini
En nuestra cultura la muerte es sinónimo de desgracia, de pérdida irremediable. A pesar de que sabemos que llegará para todos los seres vivos, insistimos en separarla de la existencia como si esta fuese una excepción, algo que no nos va a ocurrir, algo que no es parte de la vida.
¿Cómo le hablamos a un niño enfermo de cáncer, que siente que se está muriendo? ¿Del capitán quimio o de la historia de Malaika? ¿De un juego de guerra donde no hay garantías de quien saldrá vencedor, de una leyenda africana que muestra los ciclos de la vida? ¿Por qué no de la experiencia compartida en familia de la muerte de un ser querido? Porque no tenemos aún esa vivencia incluida en la responsabilidad de la educación de los niños.
En el año 2012 la Ley 26742 -Ley sobre derechos del paciente, historia clínica y consentimiento informado- abrió la puerta a un camino nuevo sobre cómo vivir; compartiendo el miedo a la muerte, hablando de ella como de tantas otras realidades de la vida cotidiana.
Los enfermos y sus familias comparten un sufrimiento extra: el miedo que llegado el momento se muera con dolores y/o verse obligados a vivir más de lo que ellos creen que pueden resistir, esto es injusto, y hay que escucharlos. Nuestra sociedad crea muchas veces una situación objetivamente conflictiva porque nadie puede imponer a otro, y menos en un tema tan importante como este, sus propias convicciones ideológicas, pero tampoco es bueno que se produzcan enfrentamientos profundos en momentos límites porque los que más van a sufrir son los propios enfermos y sus familias.
Abrir espacios de reflexión, animarnos a hablar en pequeños grupos, escuchar relatos, motivar a contar experiencias, traer recuerdos, imaginar ritos familiares, sugerir películas, libros, canciones que nos han ayudado puede ser un paso previo.
Esta concepción de la muerte, separada de la vida no es universal, no en todas las culturas ni en todos los tiempos la muerte ha estado unida a connotaciones negativas. Distintas cosmovisiones dan cuenta de otras concepciones, que nos permiten hablar de tránsitos, de integración, de ciclos: vida-muerte- vida. Se han encontrado tumbas circulares, teñidas de ocre rojo, con presencia de conchas del molusco cauri, cuya forma es similar a los genitales femeninos y que ciertos expertos han llamado “el portal a través del cual la criatura entra al mundo”. Estos vestigios han permitido develar una visión de la muerte como retorno a la fuente de vida, lo que podríamos denominar el viaje inverso para volver a nacer y perpetuar los ciclos de la vida.
No tiene sentido retomar a una cultura de hace 8 mil años. Ciertamente es imposible. Pero sí puede generarse una cultura que no esté centrada en la guerra, en la competencia, en la lucha, en la imagen, en la negación mutua, sino en el respeto, en la colaboración, en la conciencia ecológica y en la responsabilidad social. Eso sí es posible. Podemos aportar para la construcción de una cultura que puede solucionar los conflictos no a través de la lucha, sino en la conversación, la conspiración, en el proyectar de un que hacer juntos frente a la cercanía de la muerte.
Si nos permitimos integrar diversas concepciones para expandir nuestra visión, nos convertimos en viajeros y viajeras cuyo equipaje son las experiencias y aprendizajes que nos entrega nuestro devenir.
La integración consciente de la muerte como parte de nuestro desarrollo vital y del desarrollo de aquellas personas con quienes compartimos la existencia nos puede permitir integrar la muerte como parte de la vida.
*Cuando me muera deberé cruzar el río… es un espacio abierto con modalidad de taller para descubrir los procesos personales frente a la muerte y al acompañamiento en este proceso. Está dirigido al público en general, a profesionales de la salud de todos los ámbitos, a voluntarias/os, a quienes acompañen a enfermos terminales y personas de la tercera edad. La propuesta es compartir algunas formas de integrar nuestras propias experiencias usando métodos psico-espirituales contemporáneos.
Facilitadoras: Coca Trillini junto a Noemí Dinezza, María del Carmen Sarthes y Rita Polo.
Fechas:los jueves 4, 11, 18 y 25 de setiembre, 2014
Horario: de 18.30 hs. a 21 hs.
Lugar: Tierra Violeta- Tacuarí 538-San Telmo. CABA.
Costo: 300$.- el taller completo con entrega de materiales a quienes realicen el taller completo. Quienes desee participar solo algún jueves el costo será 100$ por encuentro
Informaciones/ Inscripciones: info@tierra-violeta.com.ar