LAS PALLIRIS DE ORURO

Las Palliris son las mujeres que recolectan en las afueras de las minas y entre los desmontes mineros piedras que aún conservan algo de minerales. Un trabajo aburrido y sacrificado que las enferma y envejecen antes de tiempo. También deben hacer frente a la discriminación de los mineros, de los mitos culturales alrededor de la minería y sobre todo, a la discriminación del Tío: el diablo guardián en las minas bolivianas. 
 
 
Por Julia Durango, desde Bolivia
 
-¡Auhhhh!!!-
Es el grito de dolor de doña Genera al machacarse un dedo por un mal cálculo en el manejo del martillo contra la piedra. No es la primera vez que doña Genera, que aprieta los labios para no maldecir por el dolor, sufre este tipo de accidentes. Todas, todas sus uñas tienen extraña forma de pala, son de color negruzco y su piel tiene una consistencia gruesa, como un cuero puesto al sol durante muchísimo tiempo.
Su historia, es la historia de alrededor de 15.000 mujeres mineras que trabajan en los andes bolivianos, específicamente en Oruro, departamento que nació rico en yacimientos de minerales, especialmente plata, pero después del saqueo de propios y extranjeros se ha convertido en uno de los departamentos más pobres del país. Más de la mitad de su población se encuentra en estado de pobreza.
El término “palliri”viene de la voz  quechua “pallar”, que significa recolectar.  Es un trabajo hecho a golpes de martillo. Duro, ingrato; aburrido y sacrificado. Y es exclusivo de las mujeres.
Doña Clementina es palliri, dirigenta, y cuando las cosas se ponen negras en la minería, es decir cuando no gana ni para la comida, se quita las botas de palliri y se interna en su chacra para cultivar papas y habas.
Cuando era niña, Clementina cuidaba ovejas que se le escapaban a otros campos, trabajo que considera en extremo aburrido y al cual dice no volvería jamás. Antes, aplanarse los dedos combeando (martillando).  Para esta crónica hizo de guía y con su ayuda pude conocer el mundo de las palliris de Oruro.
Doña Clementina se toma muy en serio su trabajo de dirigenta. Para ejercerlo tuvo que aprender hablar en público para estar  a la par con los mineros, que en este sector son mayoría. Además aprendió sobre los derechos de las mujeres.  La  mayoría de las palliris no sabe leer ni escribir, lo cual en palabras de José Luis Paniagua, director de una organización que las capacita para que mejoren su situación, dificulta y hace más lento el proceso de liderazgo.
 
-Soy palliri desde los 12 años – inicia doña Clementina su relato y aclara de inmediato- pero me siento encarcelada como dirigente. Yo estoy acostumbrada  a trabajar.  Ahora me voy  siempre al  congreso, seminarios y capacitaciones. No he ido a la escuela. Poquito tengo en mi cabeza.
 
Es verdad, doña Clementina ahora tiene sobre su pequeño cuerpo  la importante misión de defender a sus compañeras palliris para que tengan los mismos derechos que los mineros. Ser dirigenta le exige hablar con las autoridades, en los seminarios y principalmente vérselas en un mundo dominado por los hombres. Especialmente con éstos y la negativa en algunas minas a que las mujeres puedan ingresar a trabajar como mineras.
El interior de una mina siempre ha sido  territorio de los varones y su salvaguardia está a cargo nada más y nada menos, que de  la imponente figura demoníaca de El Tío, diablo protector de los mineros que no tolera la presencia de las mujeres en el interior de las minas. Eso sí, no se opone para que ellas ocupen sitio en el mundo de afuera, en el de las rocas descartadas y con poco mineral que se amontonan hasta armar una montaña. Es ahí  donde las palliris pican y buscan entre los desechos, plomo, plata y complejos, el sustento diario para vivir.
 
-Grave sufrimos las palliris -dice entre carcajadas doña Clementina. Le encanta reír todo el tiempo y  luego llevarse las manos a la boca como si hubiese dicho algo indebido.
 
Para hacerse una idea de cómo es el  mundo de las palliris y conocer su precariedad, basta con ver sus básicas y rudimentarias herramientas de trabajo: Una pica, un martillo o combo, que pesa cinco libras, una pala y una carretilla. El trabajo se realiza bajo un sol inclemente, gélidos vientos o lluvias torrenciales.  
Aquí no funciona ni la maquinaria sofisticada, ni la tecnología de punta. Lo que hacen estas mujeres es un trabajo manual puro y duro.
Especialmente en las cooperativas de Oruro, la minería se caracteriza por ser artesanal, con herramientas viejas, obsoletas, muchas veces hechas por los mismos mineros. Las cooperativas absorbieron la mayor parte de los trabajadores mineros cuando la Corporación Minera Boliviana (COMIBOL), cuyo endeudamiento y crisis a causa de los bajos precios del estaño llevaron a su disolución por allá en el año 1985. Cuenta un minero que las cooperativas se quedaron con las maquinarias viejas e inservibles. Las mejores fueron vendidas a mineras privadas. Y la verdad, no se aprecia que haya mucha renovación de maquinaria, ya que las cooperativas apenas si se sostienen.
Muchos centros mineros en Oruro tienen el aspecto de una ciudad de hierro envejecida, decadente y rodeada de un paisaje frío y yermo, que resulta deprimente. Las casas que alguna vez la COMIBOL tenía para sus empleados se caen a pedazos. Sin servicios sanitarios y con agua racionada, estos poblados mineros son testigo de viejas bonanzas de minerales que cada vez se repiten menos y se recuerdan más.
Sin embargo, las casas son apetecidas y peleadas por lo barato de su arriendo, pese a lo cochambrosas que lucen. En las afueras de unos de estos centros mineros, un par de pequeños juegan, felices de la vida, entre fierros oxidados, que alguna vez fueron maquinarias de mina, como si fuera un parque de diversiones.
La escasez de  agua es un gran problema que azota a estos centros mineros; racionada, la reciben día de por medio. No es de extrañar ver largas filas de mujeres -al parecer también es un trabajo de mujeres y niñas-, transportar en sus bidones de colores agua que usan para el consumo.  De la escasez del líquido, los orureños han hecho un  negocio: el servicio de duchas, al cual las palliris se adaptan asistiendo una vez a la semana con toda la familia para tomar un baño, cual paseo dominical.
Recientemente el gobierno boliviano hizo declaraciones en torno a mejorar las condiciones laborales de las mujeres mineras. Para ello estudia ejecutar un plan de «mecanización» que costará  unos 17 millones de dólares. «Se trata de incentivar la mecanización de su actividad; incentivar la producción con equipo y maquinaria no en magnitudes grandes, pero en magnitudes que les pueda significar mayores ingresos y menos sacrificio», expresó  el viceministro de Cooperativas, Isaac Meneses.
El programa de mecanización está pensado para beneficiar a las cooperativas mineras y mejorar las condiciones de trabajo de las palliris. Tener una chancadora o una perforadora es la máxima aspiración para una palliri, ya que podría mejorar su desempeño laboral y por supuesto, sus ingresos.
Están en mora de hacerlo, hace mucho que las minas han cobrado la vida de muchos mineros y las mineras y palliris trabajan con las uñas en condiciones rudimentarias para ganar sólo lo necesario para vivir.
No es la primera vez que el gobierno se acerca para ayudarles, no obstante ellas consideran estas ayudas aisladas. Llegan de improviso, les dan guantes, palas y cascos. Luego, desaparecen.  
Doña Catalina, muestra un casco de color amarillo superliviano, que le dieron del viceministerio de minas.
 
-Son cascos chinos- dice con una mueca en la boca -Los más baratos del mercado. Si les cae una piedrita, inmediatamente se quiebran. Nos gustaría tener los de fibra de vidrio-dice con ilusión- pero valen mucho y de eso no nos dan.
 
Las cooperativas mineras no dan cascos, palas,  picotas, ni dinamita. Realmente no dan  nada de nada. Mineras, mineros y palliris compran sus  herramientas de su propio bolsillo. La queja constante de una palliri es lo poco que dura una carretilla, que en promedio tiene una vida de apenas seis meses, luego se desfondan por el peso de las piedras.  
Las palliris en cambio ponen todo, su salud, sudor y sus ilusiones para picar piedras en  un  trabajo que las encorva, les saca sudor,  las enferma y envejece antes de tiempo. Un estudio sobre las palliris del Cerro Rico de Potosí de las trabajadoras sociales Radhuber,  Gauer y Rosales (2005) reveló que el promedio de vida de una palliri es de apenas 50 años.
 
La labor de las palliris data de la época de la colonia española, cuando los yacimientos estaban pletóricos de mineral. Desde siempre estas mujeres han sido una  figura presente en las afueras de las minas, reproducida generación tras generación. La presencia de las palliris nadie la cuestiona, pues recuerda que ellas, en su mayoría, son viudas de mineros que necesitan sobrevivir. Su trabajo estuvo primero permitido por la  COMIBOL y ahora  por las cooperativas mineras.  
Una palliri, antes de ser palliri, tiene generalmente una vinculación con la minería. Son esposas, novias, hermanas o hijas de mineros, que al quedar  viudas o  abandonadas, van a trabajar al único lugar que conocen, donde pueden buscar el sustento económico: las minas.  También es un  trabajo que se puede heredar y las hijas e hijos suceden en el trabajo a sus padres.
La vinculación de las mujeres a la minería se produce casi desde el mismo momento en que se incorpora el actual territorio boliviano a la corona española. Algunos historiadores han rastreado la presencia de la mujer en las minas en el Cerro Rico de Potosí. Según los registros, la Veta Centeno, que fue la primera en ser registrada por los españoles, la trabajó  Diego Centeno,  luego sus hijos, Gaspar y María.
Aunque no existen evidencias concretas del trabajo femenino bajo tierra, propiamente como mineras, sí hay constancia de trabajo de las mujeres en las afueras de las minas. En el siglo XVI, familias enteras estuvieron involucradas en ellaboreo, beneficio, fundición y comercialización dela plata, con presencia de trabajo infantil, que ha disminuido gracias a las acciones de las organizaciones internacionales.
Para el año 1940 ya existía la profesión de palliri.Las mujeres de los yanaconas (pueblo indígena considerado por los incas como sirvientes) fundían la plata y por dos reales al día, amalgamaban y clasificaban mineral. Las palliris de ese entonces seleccionaban, fundían y recolectaban en casa material de alta ley.
En la actualidad, la vieja labor de las palliris está siendo afectada por algunas medidas tomadas por el ministerio del Medio ambiente. Doña Apolonia, de 55 años, que ha sido palliri toda la vida,ve con preocupación la desaparición de su profesión.
-Yo trabajo complejo, es decir plomo, zinc, antimonio y plata – Apolonia mastica coca mientras habla-  Bueno eso ya no vamos a trabajar. Medio ambiente lo está tapando todo lo que es el desmonte para mitigar el daño ambiental. No nos han dicho mucho sobre eso, solo que si no hacemos caso, todo saldrá de nuestra cuenta y que podemos ser demandadas.
La ley de medio ambiente está haciendo tapar todos los desmontes –donde trabajan las  palliris- con cemento o con plástico. Se busca evitar que cuando llueva estos residuos de minerales contaminen a los ríos. “Para las mujeres -dice otra de las palliris-entonces no va haber trabajo. No se qué vamos hacer. Tendremos que entrar a la mina, hemos dicho. ¿Donde más podemos trabajar?”.
Pero la realidad es que se enoje o se enamore El Tío, la necesidad económica se impone sobre los mitos y leyendas. Cada vez más las palliris demandan llamarse  mineras o socias cooperativizadas, tal como lo hicieron durante la guerra del Chaco (1932 a 1935) cuando el hambre obligó a muchas de ellas a romper con la tradición e ingresar a trabajar dentro de la mina. 
Atrásquedaron los tiempos en que doña Helena era únicamente ama de casa y venía a la mina solo para traer comida a su marido. Esta situación cambió con su viudez y las necesidades de los niños que reclamaban para ir al colegio y para comer.
Doña Helena parece un topo dotado de casco con luz. Se le puede encontrar en su paraje, un pequeño laberinto al cual no se le ve fin y por donde tiene que reptar para extraer el mineral. Ella trabaja directamente en el interior de mina.
Doña Genera, líder, palliri y minera al mismo tiempo, me acompaña para hacer la traducción. Doña Helena habla en quechua, su español es incomprensible y no ayuda la bola de coca que sostiene en una de sus mejillas.
De lágrimas se compusieron los primeros meses de trabajo de doña Helena, cuando no tuvo otra alternativa como mujer viuda de minero que tomar el puesto de su marido en la mina.
-Mucho lloraba al principio doña Helena. Ha llorado de su marido. Grave ha llorado. Yo le decía “no llores, la veta se va a perder”. Celosa es la veta.  -Asegura doña Genera con seriedad- ¡Se pierde púes! No hay que entrar aquí con penas ni llorando.
Mitos que espantan
De mitos y leyendas está construido el oscuro mundo de la minería boliviana. Muchos de estos mitos, examinados con lupa, no favorecen para nada a la  mujer. Es común escuchar que su presencia en las minas perjudicaría no sólo al mineral sino la maligna serenidad de El Tío.
Por eso cuando doña Genera suplicaba a doña Helena que no llorara más, se lo pedía con el temor de que la veta pudiera perderse. Porque de acuerdo a estos mitos el mineral puede ocultarse o ahuyentarse por las lágrimas o la menstruación de una mujer. Es la creencia.
Cuando El Tío advierte la presencia de la mujer en la mina puede reaccionar de dos maneras: se enamora, lo que trae como consecuencia que la Pachamama (madre tierra) se ponga celosa, y con su enojo pueda provocar accidentes; o por el contrario, se enojacomo un trueno de fin del mundo.
En definitiva,  y si damos creencias a estos mitos, las mujeres traerían mala suerte a los mineros por tanto han sido confinadas a trabajar afuera de los socavones, destinándoles trabajos como guardas (cuidadoras durante la noche) o palliris en los desechos de las minas.
Sea como fuere, al parecer cuando El Tío se enoja se desquita con los  hombres. Ninguna de ellas recuerda la muerte de una minera por derrumbe, explosión de dinamita o por caída en los túneles de los socavones. En lo que sí parece bastante democrática es en repartir la silicosis (mal de minas) que afecta tanto a hombres como a mujeres.
El escritor Eduardo Galeano ve en estos mitos un aspecto positivo para ellas: “las mujeres no pueden entrar a la mina, un viejo mito dice que traen mala suerte. El viejo mito las ha salvado de la muerte temprana que la mina reserva a sus obreros».Pero un informe de las Naciones Unidas da otra lectura sobre esta realidad: La minería es una industria en donde los prejuicios alrededor de la capacidad física y la capacidad intelectual de las mujeres, aunados a los culturales ya mencionados o la supuesta incapacidad de responder a situaciones de extrema tensión (miedo), no permiten un trato equitativo en cuanto a responsabilidades y salarios.
Doña Clementina, que lo vive en su propio pellejo, lo expresa de la siguiente manera:
 
-Machistas son los hombres, ¡Pues! Algunos dicen “¡Váyanse!  Pa´ nosotros hace falta.
Váyanse no más dónde están las piedras botadas”.  Descontentas nos vamos entonces cuando ellos nos dicen que nos vayamos.
 
Para remediar esta situación, ella pone todo su empeño en aprender cuando asiste a los cursos de capacitación y está feliz de haber aprendido a hablar y a escribir. Con todo este conocimiento espera defender con fuerza que las mujeres tengan tantos derechos como los hombres a trabajar al interior de la mina, independientemente de la cólera de El Tío.
 
-¡Ya hablo! – dice doña Clementina.  -Antes de ser dirigente me daba pena y miedo. Ahora los compañeros me dicen “¡Doña Clementina, ya esta hablando!” -Se ríe y se lleva las manos a la boca. Sin embargo, cuenta que lo que no le gusta de ser dirigenta es tener que abandonar el hogar:
 
-Voy a reunión en la mañana, en la tarde y en la noche. Desastre está mi casa.
 
Y es que las palliris no sólo viven en el contexto machista de una mina, sino de la vida doméstica. Pese a trabajar igual  que sus esposos o compañeros, deben ir a casa cansadas, a preparar comida, hacer los quehaceres de la casa y velar por las tareas de los hijos, además de lidiar con las borracheras de los maridos o compañeros.
El alcoholismo es  muy común en el medio minero. La gran mayoría consume alcohol bajo el argumento de que lo necesita para sobrellevar su triste vida. Otros, lo justifican como algo necesario, al igual que la coca, que ayuda a tener aguante para este trabajo tan duro. Lo cierto es que este alcoholismo muchas veces deriva en maltrato hacia la mujer, algo que ellas mantienen en absoluto silencio.
 
La seguridad  enlas minas, ya sea fuera o dentro, es precaria. Aunque existen normas de higiene y seguridad nadie parece estar dispuesto a respetarlas. Las cooperativas no exigen a sus socios cumplimiento sobre la protección, ni éstos a la cooperativa. La ley a ninguno.
A Doña Martha, que trabaja en interior de mina, no le gusta que la llamen palliri. Reclama el derecho a llamarse socia minera cooperativizada, igual que  sus compañeros. Ella refiere que cuando entró a trabajar por primera vez en la cooperativa le exigieron un certificado de revisión médica que nunca más le volvieron a pedir.  
En el sector minero, especialmente en las cooperativas, el menor esfuerzo de protección es lo que prevalece, eso fue lo que reflejó un estudio realizado sobre la minería.
Apenas el 38%  de los mineros  utiliza ropa de trabajo adecuada y los implementos de seguridad industrial imprescindibles como cascos, guantes y botas.
Y eso es lo que se ve cuando se visita una cooperativa minera. Las palliris parecen repetir el mismo nivel de comportamiento que los mineros, apegarse a las mínimas normas de seguridad. Es fácil verlas picar piedras sin gafas de protección o manipulando sustancias tóxicas sin guantes.
Al interior de la mina se suele tener un poco más de cuidado, pero el hecho de que las socias y socios deban comprar de su propio bolsillo los implementos de protección y que la cooperativa por su lado muestre indiferencia a si se cuidan o no, no alienta a una cultura de cuidado. Es tan precaria la situación que a muchos metros bajo tierra no hay ni botiquín con elementos básicos como una aspirina.
Las prácticas de protección casi suenan absurdas. Cuando hay detonaciones, refieren las mineras, se ponen filtros de cigarrillos en los oídos para protegerse. En cuanto al uso del barbijo, alrededor de él gira un problema técnico: los mineros y mineras mastican coca, es decir todo el tiempo tienen un bolo en la boca que no se acomoda a éste. Y mujeres y hombres no dejarán jamás la coca por el barbijo. Eso queda claro.
La verdad es que las palliris, al igual que los mineros, prefieren confiar su seguridad más al Tío que a los elementos de protección. Por eso y para congraciarse con él, doña Martha y sus compañeras han puesto su propio altar, lleno de botellas de refrescos, cervezas vacías, cigarros, coca, serpentina y mixtura. Como manda la tradición.
Las ofrendas puestas en el altar reflejan los gustos de El Tío o tal vez  sería mejor decir los de los  mineros y mineras. Este altar hace las veces de algo así como una cafetería; allí  se descansa, se mastica coca y se fuma cigarrillo. Esto al parecer agrada de sobremanera al El Tío y es alrededor de este altar que mineros y mineras conversan parroquialmente y tal vez aprovechan para preguntarse cómo van los hijos en el colegio, cuál es el mineral en alza o qué minero se desmembró en un accidente.  
En este altar  mineros y palliris rinden pleitesía al Tío y le ofrecen ofrendas para que les proteja de los peligros y les conceda las mejores vetas. Para ellos El Tío es el soberano de las profundidades y dueño de las riquezas minerales engendradas  en el vientre de la Pachamama. En él depositan su fe, su esperanza y lamentablemente, su seguridad.
Antes de adentrarnos al interior de la mina, Doña Martha y las otras mujeres nos dejan entrar a su mundo privado, donde se transforman en mineras, es decir, se quitan el  sombrero, faldas y zapatillas y se enfundan en sus cascos. La coquetería no se pierde, antes de ponerse el casco, se protegen el cabello con una media velada para asegurar el casco, se calzan botas de caucho y reemplazan la falda  por pantalón. Todo eso lo hacen en un pequeño espacio atiborrado de materiales para minería. En un lado hay un balde que sirve para hacer las necesidades, porque lo hombres la tienen fácil, pero ellas no.
 
Nos adentramos en las laberínticas rutaspara llegar hasta el sitio donde trabajan las mineras. En el camino tropezamos con mineros sudorosos, sucios y cansados. Apenas nos saludan.  Llegar hasta el sitio donde doña Martha tiene su paraje (espacio de trabajo),nos lleva alrededor de una media hora de caminata con pérdida de aliento y respiración de aire enrarecido.
El camino está inundado con agua con copajira (sulfurada). Esta agua que se come las palas, cuando entra en contacto con la piel, la quema. “Arde grave”, dice doña Martha, sacando de uno de sus bolsillos lo único que utiliza para calmar el ardor: un ungüento expectorante contra la tos de la gripa.
 
-Y está sequito- agrega. El agua apenas da a la rodilla, mientras que otras veces, refieren ellas, en algunas partes cubre hasta la cabeza, para lo cual se hace necesario cubrirse el rostro con una bolsa negra de basura. Como ya conocen cuales son las galerías que más se inundan, del otro lado mantienen una muda de ropa que reemplazan por las empapadas  para poder trabajar.
 
-El trabajo es así- dice doña Martha, mientras se retira las botas y exprime las medias, porque en algunas partes el nivel del agua superó el nivel de las botas.-Tenemos que aguantarnos porque a comparación de lo que se gana afuera, aquí por lo menos ganamos el doble. Se sufre pero no es en vano.  
 
Pero la aventura de llegar al sitio de trabajo de doña Martha no termina en caminar sobre agua sulfurada, luego tomaremos el ascensor, mejor llamado por los mineros: “la jaula”. Un nombre apropiado porque es una auténtica jaula de hierro oxidado que alguien maneja con cuerdas desde algún lugar. Estas jaulas son herencia de la COMIBOL. 
Doña Lourdes, que va con nosotras y es una palliri que trabaja en otra  mina, cuenta con algo de asombro que en su mina no hay agua, pero sí una jaula que es utilizada sólo para transportar mineral; de esta forma los mineros y mineras libres de la carga pueden subir y bajar por las escaleras de mano con menos posibilidades de desmembrarse por una caída.
Estos ascensores funcionan por turnos. El que tomaremos sale a la una y recoge a los trabajadores  a las cinco. Si a esa hora doña Martha no está lista, tendrá que esperar hasta las doce de la noche, cuando entran los del próximo turno. Doña Martha ha perdido la jaula más de una vez. Ella se lo toma con tranquilidad y hace lo  único que queda por hacer en estos casos, volver al paraje y continuar trabajando. La preocupación es que la coca y los cigarros ya se habrán terminado para aguantar otro turno más.
Algo que llama la atención, por extraño que parezca, es que a pesar de las malas condiciones de trabajo, los peligros, las enfermedades, muy pocas ven la alternativa de hacer otra cosa. Les gusta su trabajo, expresaron la mayoría.
Algunas palliris han intentado hacer algo diferente, especialmente en las épocas en que el mineral es muy bajo o cuando se enferman. En estas situaciones se quitan el guardatojo (casco) y  retoman sus faldas. La mayoría de las palliris son cholitas o mujer de polleras y cuando no hacen esta labor intentan desempeñarse como comerciantes.  
Doña Clemencia intentó ser carnicera, sin mucho éxito. Al final vuelven al mismo trabajo porque siempre se puede ganar más en la minería y está latente la esperanza de encontrar una buena veta o el alza de algún mineral, lo que significaría un buen ingreso.
Cuando la coca se ha hecho una bola compacta en la boca y ha ennegrecido los dientes de oro, surgen las intimidades en medio de la oscuridad vigilada por un diablo, cuyos ojillos es imposible ver en las tinieblas del paraje, pero sabemos que esta ahí observando.
Doña Martha es la primera en hacer una confesión y cuenta a sus compañeras que cuando alzan mucho peso se le inflama la vagina; las demás asienten, confirmando que también les pasa lo mismo.
¿Qué hacen en estos casos? No acuden a consulta porque al día siguiente ya están mejor e ir al médico es la pérdida de un día de trabajo.
Una vez que salimos de la mina, ellas piden que las invitemos a comer charque o  chicharrón de llama. No dudan que pronto las palliris se convertirán en mineras, quiera o no quiera El Tío. La situación aprieta, la necesidad aprieta, el medio ambiente que está tapando los desmontes por contaminación, también aprieta.
Además, El Tío tiene que ser tolerante, si él se da el lujo de salir de la oscuridad vestido festivamente para bailar la diablada en el carnaval, es justo que también ellas puedan entrar a las minas para ganar el sustento.