INTERVENIR PARA DEJAR FANTASMAS

Duek, doctora en Ciencias Sociales, sostiene en entrevista con este diario que la intervención de los padres es gravitante. Dice que la pantalla de Internet ocupa el lugar del enemigo actual como lo fue la tevé. Cuestiona el consumo para calmar la ansiedad.
De la Play a la compu, de Skype a Facebook. Después un poco de jueguitos en los celus de los padres o de ellos mismos. La diversión de chicos y chicas parece no satisfacerse si no es con pantallas. Las vacaciones, con tiempo más libre y disponible, expone y potencia esta relación. Muchos padres y madres desesperan, intentan prohibir, poner horarios, generar otras propuestas. Las pantallas ayudan –los entretienen cuando no podemos estar– pero por momentos asustan por su poder de atracción. De esto y un poco más habla la investigadora Carolina Duek, ofreciendo pautas alejadas de ideas esquemáticas o conservadoras.
Duek es doctora en Ciencias Sociales (UBA). Acaba de publicar el libro Infancias entre pantallas. Las nuevas tecnologías y los chicos (Editorial Capital Intelectual), donde estudia las infancias urbanas escolarizadas en relación con la computadora, la televisión, los celulares y las tablets. Hace 11 años que trabaja en la temática. Es investigadora asistente del Conicet y dirige actualmente un proyecto titulado “Juguetes, consolas y dispositivos electrónicos: ¿los nuevos auxiliares lúdicos infantiles? Un análisis del juego infantil contemporáneo” (2011-2013). Publicó en 2011 el libro Infancia, juego y pantallas. Hacia una definición de los juegos posibles (LAP Lambert Academic Publishing, Saarbrücken, Alemania) y está en curso de publicación un libro basado en su tesis doctoral titulado El juego y los medios. Autitos, muñecas, televisión y consolas (Prometeo Libros).
Este libro (Infancias…) es una síntesis de una serie de indagaciones acerca de la temática. Para él entrevistó chicos de 6 a 10 años, todos escolarizados.
–Las vacaciones generan temor en algunos padres por la cantidad de horas que los chicos pueden estar frente a las pantallas.
–No hay que tener miedo. Pero una de las cosas que estoy tratando de conversar a la luz del libro es que todos reflexionemos y nos sinceremos sobre el uso de las pantallas que hacemos los adultos. Hay una invisibilización de la relación de los adultos con las tecnologías y las pantallas. Escucho: “No se qué hacer para que lea” y vos vas a la casa y no hay un libro.
–¿Cómo juega el hecho de que los propios adultos consumimos tecnología todo el tiempo?
–Lo que los chicos viven en su casa es vital para su vida, su crecimiento. No porque haya Internet ahora, el rol del adulto no vale. Hoy nacen en un entorno donde el mouse está presente y ellos lo ven. Pero el rol de los adultos sigue siendo igual de crucial. No es solamente querer que lean porque es creativo. Hay que ver cuáles son las condiciones para que ese chico deje la Play o la tele. ¿Nosotros tenemos ganas de que se apague la tele o queremos poner nuestro programa? Hay un punto en el cual los adultos tenemos que hacernos cargo. Poner la expectativa de que un niño diga “quiero leer, la verdad, vendé la Play” es irreal. Ahora hay que aprender a vivir con la Play, la TV. Todos tenemos que aprender. Si el adulto se desespera por un teléfono y no puede dejarlo para estar con los chicos, es probable que ese chico a los cinco pida un teléfono; no es que lo trae naturalmente. El niño crece en un entorno.
–¿A qué juegan los chicos hoy? Encontró jerarquías en los juegos.
–Sí, lo vimos al entrevistar a los chicos en sus cuartos. Los chicos decían “vamos a jugar con la compu”, pero en sus cuartos tenían una pelota, la foto de Nalbandian, el ludo. Está la elección de cómo se presentan. Los padres nos decían “mirá que nosotros vamos a la plaza”. Pero a mí no me importaba la verdad. Si ese chico se quiso presentar ante mí como un mega jugador o mega televidente, me interesa no la veracidad sino qué elige para presentarse. El juego tradicional está desplazado en la palabra de los chicos pero en todas las casas lo vi. Estaba el juego de la oca, la lotería. Porque ellos también dijeron que se aburren mirando la TV.
–¿La frase “mamá estoy aburrido” sigue vigente?
–El aburrimiento aparece como un gran problema. Dejar que un chico se aburra está bien. Vos no sos un payaso como padre, no tenés que animar un cumpleaños dos horas. El momento en que uno se aburre puede ser un momento de creación. Porque en el momento en que te aburrís estás parando. Ahora, si el adulto está desesperado todo el tiempo creyendo que comprando consolas, juguetes, computadoras… es un error. Hay un punto en el cual se aburren con eso también, como con el bingo. Hay que convencerse de que la venta de juguetes es un negocio, no es una solución para el aburrimiento.
–¿Qué lugar ocupa la TV hoy?
–Me sorprendió que la TV, a diferencia de otros momentos, no es problemática. La tele es como un integrante más de la familia, como esa tía que sabés que la llamás y te atiende. Está de fondo, no es un problema la cantidad de tiempo que está prendida la tele. Lo nuevo que da miedo es la consola de juego o la computadora. Es el nuevo enemigo. El lugar que ocupó la TV en las primeras décadas.
–“Soy el único que no lo tiene” es un latiguillo habitual. ¿Cómo se ve la exclusión o la inclusión por tener o no tener?
–Eso siempre operó. Es una dinámica inherente a la sociabilidad. Yo me acuerdo que cuando salieron los crayones flúor, a la que los tenía la odiaba. Esto es habitual. El tema es cuáles son los alcances que tiene eso. El dueño de la pelota decidía cuándo se jugaba al fútbol y cuándo no y el dueño de la play, cuando un amigo va a la casa, dice “no tengo ganas de jugar a la play”. Como una vuelta de tuerca más a “se juega cuando yo juego”. Ahí, si interviene un adulto dice “prendésela que Juancito no la tiene”. El rol de los adultos es crucial.
–¿Cómo aparece la vida social de los chicos?
–Son vínculos con mucha conexión. El que juega a “Mundo Gaturro” o “Club Penguin” sabe que las características son la competencia y la exhibición. No es solamente ganarle a otro sino que todos lo sepan. Yo no sé si tienen más vida social, sí tienen más conexión exacerbada por la competencia. Todo el tiempo el juego te dice “superaste a tal por tantos puntos, ¿querés avisar que ganaste?”. En todas las épocas hubo chicos yendo a la casa de otros, haciendo planes, en clase media escolarizada. Tal vez lo que cambia ahora es la oferta, ahora no hay un shopping, hay diez. En el mismo sentido que en el juego la competencia no es algo nuevo pero hay más herramientas que amplían la oferta.
–En cuanto a los contenidos de los juegos, hay algunos muy violentos como el GTA o Call of Duty, ¿cómo impacta esto?
–No hice investigaciones cuantitativas, pero lo que encontré cualitativamente en 11 años es que ningún pibe me dijo “me encanta pegar porque tengo juegos de pegar”. La idea de que juega jueguitos de muerte y mata, a nivel conceptual me parece falaz, y a nivel empírico no lo encontré jamás, ni cerca.
–Para terminar, ¿pesa mucho el lugar del adulto?
–La conclusión del libro finalmente no es grandiosa. Si encontramos que el mercado construye cada vez más a los niños como sujetos individuales, autónomos, pensar en sentarnos con ellos media hora por día, poder compartir es una de las formas de discutir esta segmentación que propone el mercado. Hay que mirar si querés que tu hijo vea esto. O sentate con él e intervení. Contestá las preguntas que les aparecen cuando juegan o ven tele. Esas preguntas cuando las ven solos también las tienen, pero no tienen un adulto que las conteste. A eso voy, a sentarnos un rato con ellos. No es esa cosa idealizada de “posterguemos nuestra vida por nuestros hijos”. Pero sí un rato en que solamente hagamos eso.