EL OCASO DEL SUPERMACHO PROVEEDOR

Guillermo Vilaseca es psicólogo y autor de ¿Por qué los hombres no entienden a las mujeres? También coordina grupos de reflexión de varones y sostiene que el rol de supermacho proveedor ubica al hombre en un lugar vulnerable y de riesgo.
 
Por Sonia Santoro
Foto: Pablo Piovano
 
Un muchacho se queja ante su psicólogo de que la mujer no tiene iniciativa sexual. Entonces conoce a otra mujer que sí la tiene y el psicólogo le pregunta:
 
–¿Y qué sentiste? ¿Era lo que buscabas?
 
–Querés que te diga la verdad –se ríe–. Me dio miedo.
 
“Las contradicciones nos habitan y no son menores. A las chicas les pasan cosas parecidas”, resume Guillermo Vilaseca, el psicólogo en cuestión. Coordinador de grupos de reflexión de varones desde hace 30 años, acaba de presentar el libro ¿Por qué los hombres no entienden a las mujeres? (Ediciones B), donde busca llegar con lenguaje llano e historias disparadoras a aquellos que todavía siguen encorsetados en el mito del “supermacho proveedor” que todo lo puede y no se dan cuenta de que ese rol también los perjudica a ellos.
 
–El título es un poco tramposo…, parecía que iba a hablar de las mujeres.
 
–El libro surge como una propuesta de Ediciones B. Querían que las mujeres compraran el libro y se lo regalaran a los varones y se cumple. A mí me interesó porque muchas veces tuve ideas “brillantes”, pero no tuve una gran llegada al público.
 
–Usted dice que en el sistema patriarcal los hombres tenían un mandato, las mujeres otro, cada uno hacía su papel… y que ahora no es así. Pero el sistema patriarcal no está perimido…
 
–No, para nada. Y no sólo eso, además se observa que cuando parejas jóvenes tienen hijos se produce una vuelta a que la mujer se tiene que encargar del hijo y el hombre del exterior. Y el sistema de licencias por paternidad propone eso. Ahora, la posmodernidad permite un estado de cosas donde mujeres y varones pueden intentar nuevos modelos. Hoy no existe el nivel de condena social de La letra escarlata (Nathaniel Hawthorne, 1850). Y además existe la posibilidad de que cada pareja pueda intentar una manera de hacer las cosas.
 
–¿Cómo es la convivencia entonces entre lo viejo y lo nuevo?
 
–Hay costumbres que se van pudiendo instalar. En una convivencia en la medida en que cualquiera puede desempeñar otros roles, surge una necesidad muy fuerte de negociar. Hay que armarlo todo artesanalmente y eso es álgido, porque cada cual no sabe desde dónde argumenta. Articularse con otra persona es articularse con otro que tiene una subcultura que, aunque sea parecida, a veces es muy distinta. Después, como todos podemos opinar, si a tu hijo le pasa algo, se enferma, qué haces. La primera vez trae toda una convulsión. Los padres se pelean y al pibe que está enfermo nadie lo atiende. Todas esas cosas hoy son opinables. Entonces es importante aprender a construir un diálogo respetuoso, porque si no vemos la exacerbación de la violencia.
 
–¿Hay más violencia por estos cambios?
 
–No sólo. Pero sí son más aristas donde se generan puntos de susceptibilidad.
 
–Usted habla de una serie de mitos por desterrar, ¿cuál es el peligro de esos mitos?
 
–Frente a los problemas, si te comprás explicaciones incorrectas perdés pie en la realidad. Si un hombre se pone cascarrabias o se deprime y vos se lo atribuís simplemente a que es un malhumorado, a que no quiere hablar y no tenés en cuenta que puede haber un duelo porque la pérdida de un trabajo es no atenderlo en su dolor, en el problema. O si una mujer te dice que le pasa algo y vos decís que es por las hormonas, no la estás escuchando…
 
–El problema es que es la sociedad quien no escucha…
 
–No habría que asignarle a las hormonas la causa de los despliegues emocionales y habría que escuchar. Y tener en cuenta que el vacío es la peor respuesta porque exacerba el malestar. La indiferencia mata y muchas veces instalados en estos prejuicios no se escucha lo que realmente les pasa.
 
–Si es hormonal, pareciera que es algo inevitable…
 
–Claro. Es como cuando decís “es una loca”. Le pusiste el sello y no se puede hacer más nada.
 
–¿Qué les pasa a los hombres cuando se corren del rol de proveedores?
 
–El otro día pensé que habría que escribir un texto: “La pasión de proveer”. En un grupo, uno de los varones más antiguos sufrió un cimbronazo grande por la jubilación; a pesar de que sigue trabajando, gana el 25 por ciento menos. Pero la mujer pasó a tener una buena jubilación y sigue trabajando. Ella le dice: “No te preocupes, no nos va a faltar” y él no dice nada pero se siente incómodo. Un día cuenta que en el último mes este trabajo nuevo le había dado una serie de cobros importantes. Entonces, cuando la mujer le decía: “Hay que pagar la tarjeta”, él decía: “Ya lo pagué”; “hay que pagar, el gas”, “ya lo pagué”. Entonces ella le dice: “Ahora entiendo por qué estás tan contento este mes”. Y tiene razón. El lo contaba con una satisfacción. Haber sentido que de nuevo fue muy fuerte. Pero proveer también es dar protección, cuidado. Entonces, ahí no se sabe cuánto cariño necesita un hombre y cuánto le cuesta pedirlo. Muchas veces están tristes por falta de cariño pero no pueden pedirlo. Se ofenden si no los cuidan, pero no piden. Y si la mujer se creyó mucho lo del supermacho proveedor se desestabiliza porque no se da cuenta y ahí se arma flor de cortocircuito. Porque no siempre ese partenaire que se acostumbró al proveedor puede acostumbrarse al cambio. Lo mismo pasa con los chicos. Si nunca les enseñás a lavar los platos, si a los 18 años no colaboran, los formaste vos.
 
–Usted dice que se puede pensar a los varones como “población de riesgo”, ¿puede explicarlo?
 
–Los varones, atravesados por el mito del héroe, el que sabe y puede, el potente, al que nada le duele ni le hace mella, están en riesgo porque no pueden manifestar su dolor, pedir ayuda, necesitar cariño, lo cual los trasforma en frágiles y vulnerables. Los hombres mueren antes. La procesión va por dentro, como se dice. Me acuerdo de un asesor de un político muy importante que me vino a ver. Estaba muy mal y le dije que tenía que parar y empezar ya un tratamiento. Me dijo: “En 15 días termino la campaña, vuelvo y hago todo lo que me decís”. No volvió, ni llegó a los 15 días. Le dio un infarto. Por más que se lo dije de todas las formas posibles él pensó que podía seguir. Eso es lo que quiero decir con población en riesgo. Está naturalizado el “yo puedo”, y para peor existen corrientes del “tú puedes” que exacerban la cultura machista, donde si no podés, sos un maricón. Esto es lo terrible de la cultura para el varón, que no admite ninguna falla. Por eso fue tan difícil instituir los grupos de hombres (ver recuadro).
 
–¿La investigación sobre las masculinidades ha legitimado el pedido de ayuda de los hombres?
 
–Volviendo a la primera pregunta, acepté hacer el libro porque es lo que más me importa, que se difundan estas ideas. Por eso me arriesgo a escribir un libro que puede quedar enrolado dentro de la autoayuda. En la medida en que fueron apareciendo publicaciones, comunicados en los medios fueron llegando más varones a los grupos, a las consultas. Hoy hay bastante literatura. Pero antes no. A mí me llegó mucho el libro Fuego en el cuerpo, de Sam Queen. Me quedaron dos preguntas de ese libro: ¿qué es lo que uno quiere hacer? ¿Y con quién lo quiere hacer? Lo importante es no confundir el orden. Primero hay que buscar la brújula propia.
 
–En el libro cuenta un caso de un hombre que se ocupa del trabajo de la casa pero entonces ya no tiene atractivo sexual para la mujer, ¿qué se hace con eso?
 
–Las contradicciones nos habitan y no son menores.
 
–Estamos más cerca del otro de lo que pensamos cuando nos peleamos…
 
–Totalmente. Pero no habría tampoco en esto una receta única. También está el peso de lo que pasa alrededor. El peso de las costumbres es fuerte. Entonces uno puede tratar de vivir distinto de lo que mamó, ahora, cuánto después uno se lo banca se lo ve en la práctica.
 
–Hay que probar…
 
–Eso por un lado. Y me parece que hay que apostar. La relación no está dada ni con el casamiento ni con el compromiso. Parafraseando “la tierra es de quien la trabaja”, la pareja es del que la trabaja, contrariamente a posiciones espontaneístas. Más en esta época con tantos cambios. Lo interesante es que uno sea capaz de jugársela y armar el dispositivo que se le ocurra. Teniendo claro que va a cosechar en función de la apuesta que haga. Y que no hay solución que vaya a dar sólo positivo. Yo soy optimista respecto de las parejas y pienso que muchas veces lo fundamental es tener en cuenta el plano de los sentimientos.