DEL SUR Y CON ESPERANZA

Tuve que vivir en Europa para comenzar a escuchar que la gente me ubicaba como del “Sur”, además de extranjera. Y al parecer a Francisco, el nuevo Papa, le pasa lo mismo.
 
Por Sandra Moreno
Periodista independiente, desde Bilbao, España
 
 
El 13 de marzo de este año, a las 20:19, me llegaba el primer mensaje de mi amiga Inma: “Un jesuita!”
-Y un jesuita interesante con un gran reto, le respondí.
-Vamos a ver, escribe de nuevo Inma.
-Romero llegó conservador y terminó revolucionando El Salvador, contesto mientras a mi mente arribaban las imágenes del Arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980, por su defensa de las víctimas de la represión militar y las críticas a la oligarquía en la guerra que aniquilaba todo vestigio de derechos humanos en mi país.   
-Entonces hay esperanza, dice mi amiga, quien sabe el lazo que me une con la comunidad jesuita de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”, conocida como la UCA en El Salvador. Ahí estudié mi carrera de Letras y tuve el privilegio de tener de profesor a Amando López, uno de los seis jesuitas asesinados el 16 de noviembre de 1989, durante la ofensiva guerrillera que asolaba la capital y que fue aprovechada por el mando militar para mandar a un comando a terminar con la vida de los religiosos que en ese  momento fraguaban la salida pacífica de la guerra, y denunciaban a nivel nacional e internacional las atrocidades que cometía la cúpula del Ejército. Dos mujeres también fueron asesinadas junto a ellos: Elba Ramos, la cocinera, y su hija Celina Ramos, de 16 años.
-Siempre hay esperanza. Somos seres en constante cambio, sostengo en mi último mensaje a Inma.
Esa es mi esperanza y a ella me aferro. En el pasado me ayudó a seguir, después de ver en la capilla de la UCA los ocho féretros. Fui a pesar del riesgo porque no terminaba de creer que habían asesinado al rector Ignacio Ellacuría, famoso por ser uno de los cerebros de la Teología de la Liberación. Su cuerpo estaba a la par de sus compañeros: Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López y Amando López, mi profesor de Filosofía y Ética. Les acompañaban los restos mortales de las dos mujeres.
Sus asesinos querían aniquilarlos. Usaron balas explosivas. Destrozaron sus cuerpos. Una salvajada solo explicable en el sinsentido de la violencia en la guerra, la cual trasforma a hombres y mujeres en máquinas de matar. Casi nunca he escrito los retazos que guardo de mi propia vivencia de aquellos días, de aquellos 12 años de guerra (de 1980 a 1992). Siempre opté por escuchar el testimonio de las otras personas y poner a su servicio mi oficio de periodista. Hoy, sin embargo, sentí el impulso de hacerlo a partir de los mensajes que intercambié con mi amiga Inma.
Sí, me puse alegre de que un argentino jesuita llegaba a dirigir la Iglesia Católica. Jorge Mario Bergoglio, convertido en Papa Francisco, lleva en su mochila la sangre derramada de sus compañeros de la Compañía de Jesús no solo en El Salvador, sino en su propia tierra a raíz de aquel funesto 24 de marzo de 1976, cuando los militares impusieron su dictadura en Argentina. Y seguro que conoce la historia de Romero, el Arzobispo que recibió una bala en el corazón en plena eucaristía un 24 de marzo de 1980. Fue hace 33 años este asesinato, es verdad, pero en mi pueblo sigue latente aquella esperanza que supieron sembrar estos hombres con su entrega y lucha por la justicia y la verdad.
Sonrío ante los primeros gestos del nuevo líder religioso, venido del “Sur” como yo y que recibe por estos lares europeos el calificativo de foráneo. Sin embargo, consciente de mis derechos, espero un trato de igual en la Iglesia Católica. ¿Será mucho pedir?
Mi respuesta es un rotundo No. A estas alturas de mi vida, he tenido buenos maestros y maestras que me enseñaron a exigir lo que me corresponde. Entonces, observo con esperanza las acciones de Francisco. Ojalá no se quede corto o me lo jubilen antes de que consiga algo. A él y a nosotras toca recoger el testigo de los y las que cayeron por un mundo mejor.